"Hammer to fall". Queen. The Works. ( 1984)
La belleza del arte reside en la proporción, tal como la entendía Aristóteles hace siglos. No es arriesgado afirmar que tal característica es una de las virtudes más llamativas de Queen (1970-1991): la influencia en la historia del rock mundial así nos lo comprueba. Escuchar a esta banda inglesa liderada por Freddie Mercury es vivir la experiencia de la simetría rítmica. Lo llamativo de Queen no es sólo la unión genuina de sus cuatro integrantes, sino la propuesta argumental que de ella se sustrae, sin duda paradigmática: ver la composición musical como una escena teatral, armoniosa y dramatizante, donde cada foco responde equilibradamente en un todo perfecto. Nada escapa a la Reina; es como si Shakespeare cantara la tragedia universal, ahora con el peso de la voz y la guitarra, con la brutalidad del bajo y la batería.
Ahora bien, Hammer to fall es uno de esos actos teatrales interesantes de esta banda. El teatro nos presenta al Hombre sumido en la angustia que significa la presencia de la muerte. Sin embargo, lo valioso del tema se patentiza -respondiendo a la sátira clásica-en el latigazo rabioso que lanza a nuestras conciencias: no vale la pena temer al final, porque a caída del martillo puede venir hoy o mañana para llevarnos irrevocablemente. “No pierdas el tiempo / No oyes el timbre pero contestas / Te ocurre lo que a todos nosotros / Estamos esperando a que caiga el martillo”, dice el primer estribillo. La carga sarcástica no podría ser más dura, como vemos. Superar el terror y vivir el ahora. O en otras palabras: el saber morir, porque a cada minuto que pasa, una parte de nosotros ya es ceniza.
Veamos el estribillo siguiente: “Tira de tu cuerda y juega con nosotros /Deja que la anestesia lo cubra todo /Hasta que algún día te llamen por tu nombre /Y sepas que ha llegado la hora de que caiga el martillo”. Lo que viene a partir del minuto 1:58 hasta el 2:53 es un solo magistral. Por una parte, la guitarra de Brian May va punteando la ruta con sus riffs más notables; Roger Taylor va marcando el golpeteo contundente en la batería; y John Deacon, con el bajo, pulsa nítido y sin pausas las cuerdas del bajo. Pero no se queda allí este tramo: a partir del minuto 2:33 se suman a la orquesta los coros que tanto hace memorable a esta banda, dándole un acabado encomiable a la pieza.
En el cierre del acto sacramental, por así decirlo, se nos viene la última estrofa desenfadada y ruda: “¿Para qué demonios luchamos? / Ríndete y no dolerá en absoluto /Sólo tienes tiempo para rezar /Mientras esperas que caiga el martillo”. Cuando escuchamos, inmediatamente después, el grito del inmortal Mercury en el 3:42, ya el tema explota en todo su esplendor. Las distancias se rompen gracias al poderío de la orquesta. La cumbre del rapto de conciencia: entre la bofetada de ese “¡Yeahh!”, de ese “¡Ehrrrr!” de ese “Gimme to one more time”, el martillo de la muerte cae y nos despierta ante este instante: la vida.
CAM