"Cadáver exquisito". Fito Páez. Euforia. 1996


Todo aquel que escuche a Fito Páez cree, poderosamente, en la vida. Por más disparatado que parezca asumo desde esta línea mi responsabilidad. Esta hipótesis radical no podía haberla lanzado hace siete años, cuando apenas comenzaba acercarme a la poética de este compositor y músico argentino, quizás uno de lo más importantes del siglo XX. La primera impresión que tuve del flaco de Rosario fue su particular voz: el hálito rebelde del que arriesga el alma en cada canción; con los años, ésta pasó a convertirse en una cadena de hallazgos que forman, si podemos utilizar el lenguaje ceremonioso, en un credo visceral. Un elemento de ese credo es el siguiente: la cosmovisión de Fito –que ya cuenta con 48 años de edad- si bien puede dislocar irónicamente la realidad, siempre y al final de todo, cuando ya la esperanza parece declinar ante las oscuras y “putas ciudades”, apuesta por y para la vida.

Muestra lúcida de su doctrina la tenemos en Cadáver exquisito, tema incluido en el disco Euforia (1996). En esta canción, tal vez la más profunda en términos filosóficos y existenciales de su carrera, encontramos su perfil más exacto. De principio a fin, es el ars poetic lacrado a voz y piano; o en otras palabras, los fundamentos que rigen sus convicciones, miedos, limitaciones, virtudes. Fito lleva hasta el límite su naturalidad expresiva; aquí todo y nada puede caerse o bien salvarse, pero nada pasa desapercibido, nada es ajeno al verbo ora pesimista, ora esperanzador. La ventana del dramatismo; la fiesta del deseo; el método de la sospecha. Cadáver exquisito: un canto que le hace honor a la irracionalidad... Pero, ¿acaso el amor no lo es?



Lúgubre, sombría, misteriosa. Así se nos muestra la melodía de esta canción sorprendente. Sólo hay que dejarse llevar por esa neblina etérea que más tiene de ceremonia medievalista que cualquier otra cosa en los primeros segundos. “Comienza el día y una luz sentimental nos envuelve, vuelve, se va / La fabulosa sinfonía universal nos envuelve, vuelve, se va / tango, sexo, sexo y amor, tanto tango, tanto dolor / mi vida gira en contradicción, jamás conquisté mi corazón / más ¿dónde estaba cuando pasó lo que pasó hablándome al espejo solo?”. Allí hallamos al poeta maldito: encerrado en la danza universal, incluso desposeído de su propio corazón, incapacitado para reanimarse, pero con una tensión a punto de estallar. Y, con todo, bailando el tango del dolor, sumido en el coito salvaje.

La siguiente estrofa gana más en potencia. Veamos: “Vengo de un barrio tan mezquino y criminal / quizás te queme, quizá / venga de un barrio siempre a punto de estallar / quizás te queme, quizá”. Y aquí el conjunto percusionista afina su tumbadora oscura, y el piano va aumentando su cadencia mortífera. “Si de nada sirve vivir buscas algo por qué morir / El tiempo me ha enseñado a mirar, a veces me ha enseñado a callar / ¿dónde estabas cuando pasó lo que pasó hablándote al espejo sola? / Es tanta la tristeza y es tan ruín que celebro la experiencia feliz”, dice con desparpajo el apóstol incrédulo, tan gutural como los versos de un Oliverio Girondo o de un José Antonio Ramos Sucre. Al final de la segunda estrofa lanza esta frase brutal: “La estupidez del mundo nunca pudo y nunca podrá arrebatar la sensualidad”.



La locura de la vida se encuentra más definida en el coro: los objetos con que se come el cielo y el infierno. Aquí nos encontramos la declaración pulcra de Fito: los hilos que lo llevan y traen, pero no sin dolor y sufrimiento. “Busco mi piedra filosofal en los 7 locos, en el mar, en el cadáver exquisito, en no tener piedad, en la quinta esencia de la música, dentro mío en el amor y…Obvio”. Allí vemos la sombra del Roberto Arlt y sus Siete locos, el insomne movimiento del río de La Plata, la rabia desenfrenada de Música para camaleones, los versos sobrepuestos que siempre dicen lo contrario, el ansia de matar sin escrúpulo y, en contraposición, la fuerza poderosa del amor. El Cadáver exquisito esparce, a través de la fría marea, el grito de un hombre que intenta buscar la salvación. Renuente a perder; al menos, no se postra ante el crudo vacío de las ciudades; acabamos, al final, por entender que el poeta no pierde sin haber luchado, sin haber restregado la vanidad impura ante mundo. Allí vemos a Fito: el quijote de Rosario.

La locura de la vida es entendida por Fito como una suma de contradicciones que nadie ni nadie puede detener. Es la vida a servicio de un fugaz hallazgo: el de la felicidad; sin embargo, la sospecha, el afán por derrumbar toda verdad, no deja espacio inclusive si aquella aparece. Es el hombre que si bien está destinado amar y confiar en la sensualidad, no puede superar el miedo al sufrimiento. El que ama no amando; el que entrega no entregándose. “Odio tener que pensar, preferiría tu sonrisa a toda la verdad / avanzo un paso, retrocedo y vuelvo a preguntar / que algo cambie, para no cambiar jamás/ todo es imperfecto amor y… obvio”.

CAM
2011


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