Gustavo Cerati: el incansable caballero enmascarado


"Ahora anda y viví que siempre amé tu locura"
G.C.

"El fin de amar sentirse mas vivo,
El fin del mar es sentirse igual, vivo"
G.C.

Sabemos que sigues cabalgando en esos terrenos insondables, Gustavo. No sólo domando a la bestia en medio de la ristra de aventuras que el azar ha puesto en tu camino desde hace ya tres décadas; también sentimos -es indudable- que la capa y las manos enguantadas de mago justiciero andan sorteando los caminos con tus poderes de alquimista, como el Melquíades del lejano Macondo. Allí te vemos, fuera del tiempo, sin amarres, fuera de la realidad, con un peso sibilino y estilo enigmático. "La música es como volar", has dicho en una ocasión.

Al fin y al cabo, es el acto rítmico del volar uno de tus principales artificios. Nos metiste en el sortilegio del sueño stereo, esa dinámica circular donde flota tu poética quijotesca, y por tanto, humana. Muchos te tildan de prócer, pero la mayoría te queremos tal cual eres, con tus defectos y virtudes. Humano, pues, que nació para sacar de la música las palabras (así te gusta afirmarlo y no al revés). Siempre has demostrado que persigues el cambio, la permanente búsqueda rítmica. ¿Acaso no te hemos visto, desde aquellos tiempos del Jet Set, que tu ruta ha sido circular? ¿No sigues gravitando en tornasol tras ese deseo inabarcable que se despliega no sólo ante ti, sino ante todos nosotros? Como los titanes homéricos, te ha tocado dibujar la senda: has creado una escuela de cómo sentir la música.

Una de las tantas virtudes de tu poética que hoy queremos convocar aquí, Gustavo, reside en una palabra: vivir. Porque hemos aprendido que la música es la acción del vivir conjugado en todos los tiempos posibles. De allí que el vivir, entendido desde tu abecedario, ha generado toda una serie de pulsiones magníficas: la necesidad de amar en los vértices de los puentes, la geografía insaciable de la sensualidad, los ritos nocturnos de la niebla, los temporales que estallan en los amaneceres, los suspiros intensivos de los amantes, los juegos interminables de la seducción, la ironía de los paseos inmorales, el danzar de las medusas que bailan a merced de la espuma convertida en sal…

¿Cómo no atorarnos frente al temblor que hoy, de improviso, intenta someterte? Ese temblor vas a superarlo. Sin temores, sin tristezas, sin lágrimas: tómate tu tiempo. No sólo tu genio te ayuda, sino que cuentas con miles de almas que de una y otra manera cantan por ti en silencio. Te estamos llevando ahora al lugar donde los parlantes rompen las excepciones, amigo. Oye el rugir del dragón azul que resuena en la torre. Siente cómo todo te habla, como el universo está a tu favor. No nos cabe duda: seguirás agarrando tu guitarra y te lanzarás de nuevo a borrar los viejos mapas de catástrofes: vives. Estamos contigo, Gustavo. Sonríe y recuerda una de tus sentencias: “Yo nací para esto”.

Carlos A. Marin M.

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