Caminando hacia una historia visceral
Caminando hacia una historia visceral
“Todo cuanto es interesante ocurre en las sombras; nada sabemos sobre la vida real de la raza humana”. Louis Ferdinand Céline
Escribir una historia en donde se rescate de las sombras de la cultura occidental lo sensible, la emoción, el cuerpo; desmontar los preceptos academicistas de que la historia no tiene nada que buscar en la vida del cuerpo, en la vida de nuestras emociones, dizque no ofrece conocimiento ni “información”, ni tampoco sirve para todo propósito práctico; subir la cuesta y dejar atrás la idea de que la historia humana, la mía, la tuya, la de todos, más que fecha y fórmula abstracta está llena de drama, de experiencia hecha sudor, lucha, alegría, gustos, olores; decir desde ahora- en un atrevimiento que hacía falta- que la vida humana más que una idea es una experiencia. Por sobre esta tesis tan reveladora, cargado de una escritura fresca y práctica, el historiador estadounidense de la ciencia, Morris Berman nos sumerge en su portentoso trabajo Cuerpo y Espíritu, la historia oculta de Occidente. Autor de Cambio social y organización científica (1978), y El reencantamiento del mundo (1981), El crepúsculo de la cultura americana (1999), e Historia de la conciencia (2000) este matemático, filósofo e historiador de la ciencia propone, desde el comienzo, una apología de un cambio de paradigma, colocándonos entre la fisura del ocaso del conocimiento científico y sus malentendidas bases del saber: Berman nos incita a cambiar el criterio histórico con que se han mirado los hechos humanos, sugiriéndonos, como bien lo dice en su capítulo III, El cuerpo en la historia, -capitulo el cual aquí vamos a reseñar, -, unir tanto cuerpo y alma, lo visible con lo invisible, a la hora de investigar los fenómenos culturales e históricos. Haciéndonos despertar del letargo, Berman despliega su exploración por él mismo y comienza desde los años en donde solía estudiar la secundaria en un colegio de Nueva York. A manera de génesis enunciativo, recuerda cómo en la escuela le exigían aprender o repetir los textos de historia: análisis del período colonial, otros de historia local, miradas sobre los movimientos de la clase trabajadora, las huelgas, los sindicatos laborales.
Aquí la relevancia: ¿Quién no se sintió obstinado de los libros de historia de nuestra secundaria? ¿Te sentías interesado realmente por aquella parafernalia de datos y fechas? En mi caso, y en el de Berman, parece que no. Se trata, entonces, del aburrimiento, de la no identificación con nuestro pasado, del desapego tan radical hacia, por ejemplo, la historia independentista, en nuestro caso. Hecho lamentable, fenómeno que pareciera darse a nivel continental: tener como obligación digerir estos textos escolares en nuestra etapa adolescente, malgastando con esto toda la energía, toda la emoción, todo el drama y lo visceral que a esa edad biológica y espiritual porta el ser humano. Bolívar, ¿el real o el ficticio? Lo confieso: no sabía cuál era el cierto, cuál el de la "vida real". La no familiarización con nuestra historia, el descalabro de lo real, la confusión total. El problema radica en que la historia oficial no nos es familiar, y no concuerda porque trastoca nuestra visión de lo "real". ¿Qué es lo realmente familiar para nosotros? En una palabra, nuestras emociones, o en su sentido más extenso, nuestra "vida espiritual" y síquica.
Estas son las cosas que componen nuestra vida; "ellas reflejan las cosas que más nos importan, ya que son vivenciadas por el cuerpo", señala Berman (p. 94.) En efecto, en nuestra historiografía, la vida del cuerpo, la vida de nuestras emociones, lo que ha sentido y siente cada uno de nosotros, ha permanecido y seguirá permaneciendo en la penumbra, en el misterio dentro de los anales oficiales. A manera de revolución historiográfica, Berman nos llama a escribir y a inventar con él un nuevo método de cómo acercarnos al hecho humano, al hito histórico, y suprimir la caduca idea de que sólo lo visible en la historia es real. La propuesta resulta inflamable: ¿Nos imaginamos una historia que girara alrededor de las raíces ocultas, que tornara sobre nuestras fibras, sangre, olfato, en fin, nuestras raíces viscerales? Morris Berman no tiene la tarea fácil. Hacerse uno mismo prueba y experiencia de lo histórico esparciría una polémica irrefutable en relación con lo objetivo y lo subjetivo.
Es enfrentarse a un muro metodológico, es verse cara a cara con los procedimientos epistemológicos o científicos de la disciplina que hace imposible respirar con sus limitantes y sus nociones de objetividad; es combatir al paradigma moderno, ya que en su seno íntimo, inaugurado por el "primero pienso, luego existo", ha convertido a la historia en una disciplina profesional, modelada, como dice Berman, según los lineamientos de las ciencias naturales. Y es que en el "período moderno", partiendo desde la Revolución Científica -a mediados del siglo XVI- hasta nuestros días, la historia se ha investido de lo académico y profesional, y lo que en la Edad Media era la narración de cuentos o crónicas de lo humano, se convertiría con los siglos en una historia meticulosa, donde la razón y la objetividad se añadirían a la compresión del pasado, llevándolo hasta sus últimas consecuencias: la deshumanización de la historia. "En el período moderno-apunta Berman-lo emocional tiene igual fuerza que lo no confiable; significa que se es parcial, que nuestro juicio no puede ser tomado en cuenta". (p. 98). Caemos en el riesgo de ser apartados y descalificados, si nos comprometemos emocionalmente con lo observado. Sin embargo, el autor arguye que la falta de identificación con lo histórico era considerada extraña antes del 1600. La percepción y cognición brotaba del cuerpo: éste encarnaba la razón. El aprendizaje se hacía a nivel corporal, como por ejemplo, en la educación en la Grecia pre-homérica, donde la mimesis, o identificación emocional activa con un recitador o coro, era el modo en que se trasmitía el conocimiento de la cultura. "En consecuencia, el conocimiento era directamente experiencial; no había (o muy poco) análisis intelectual separado que comentaría sobre el mundo o lo observara a la distancia"(p. 98).
Berman, con tono conciliador pero portador de una prosa enérgica, apoya decisivamente la participación o la identificación, ya que según él, es por naturaleza sensual y forma parte del saber, ya que posee una inmediatez y visceralidad que se niegan ser rechazada por el intelecto. Sin embargo, se ha rechazado desde la Revolución Científica; o, en otras palabras, desde ese momento, una emoción específica triunfó por sobre todas las demás. Y aquí Berman da en la clave del asunto: "La actividad no-emocional por ejemplo, el desapego científico o académico- es manejada por una emoción muy definida, a saber, el anhelo por la seguridad sicológica y existencial". (p. 99). Observando lo que en su momento apuntó Munford sobre que las actividades esenciales del hombre, argumentando que nuestra vida interior es invisible para el análisis académico tradicional, Berman pide en esa misma óptica un nuevo tipo de "ciencia" histórica que pueda tratar los asuntos enlazados con el cuerpo, las emociones y la percepción síquica interna: amor y sexualidad, vivencia religiosa, ira, insultos, juegos y fantasías, diversión, creatividad, etc.
Se trata, finalmente, de empezar a aplicar el aprendizaje visceral por nosotros mismos en la investigación de fenómenos culturales o históricos. Hay que aceptar el reto: quebrar el paradigma, de la mentalité a lo que Berman llama corporéalité, un enfoque visceral de la historia que vuelva a juntar la mente y el cuerpo. Aquí, en esta nueva metodología, nos involucraríamos tanto a nuestras mentes como a nuestros cuerpos. El día en que esto ocurra no está muy lejos: "Nuestra historia ha sido descorporizada por demasiado tiempo; ha llegado el tiempo de encarnecerla". (p. 121). CAM. 2005.