Yo, que detesto a las cometas
No me gustan las cometas. Me producen
comezón en los oídos cuando surcan el cielo. Los dientes se me revientan de
escalofríos. Y me abalanzo sobre ellas, saltando con fuerza, sabiendo de
antemano que hay cierta distancia entre ellas y yo que ni siquiera mi amo puede
violarla. Con todo, las odio. Sobre todo las que tienen largas colas de trapo.
Rabos enormes que huelen a algo desconocido. Hace mucho tiempo cayó una en el
patio de la casa y me agarró dormida, con el rabo entre las piernas. Al sentir
ese olor a nubes de zamuro, desperté sin fuerza.
Era de noche y el suelo estaba
helado. Recuerdo que lo examiné con lástima. Se veía tan pobre allí en el piso,
tan desahuciada y muerta. La cola era corta y algo me decía que sangraba, pero
no podía oler la sangre; quizás se la habrá devorado algunos dragones
nocturnos, esos rojizos que suelen esconderse en las nubes cuando ya todos
duermen. Pobre cometa de papelillo negro. Lo único que hice fue acompañarla
hasta el día siguiente, en especie de una vigilia solemne. Le hice una ofrenda
con algunas galletas de Perrarina que me quedaban.
Las cometas deberían de
llamarse de otra manera luego de que caen. No debieran de caer. Descubrí de repente que las odio solo cuando
vuelan y hacen ruido en los techos del barrio. Solo cuando planean y me hacen
morisquetas con sus rabos coloridos. Las detesto cuando me roban el sol con el
cual me caliento en la terraza. Cuando descubro que esa sombra zigzagueante me
ataca, en un ir y venir, en un ir y venir que aleja y acerca, que aleja y
acerca, me desespero hasta la médula. Me
pregunto qué se sentirá morderlas en el aire. Si pudiera volar y arrancarle un
pedazo de cola. Saltaría desde la terraza y me elevaría por encima de los
árboles del barrio hasta darles caza. Qué dirá mi amo al verme escapar. Pero
volaría solo de ratos. Yo, que detesto a las cometas. Solo a las que vuelan,
claro.
CAM
Diario Personal
Caracas, martes 8 de enero del 2013.