Montaigne y Cortázar: hombres de tiza
“Esto es la realidad (…) Esto que acepto
a cada momento como la realidad y que no puede ser, no puede ser”. Frase de
Horacio Oliveira escogida al azar en un abrir ciego de Rayuela. Puedo inferir entonces que la realidad es insatisfacción
pura, que a cada momento se renueva, se modifica, en un ir y venir, dialéctica
infinita, duda circular. Pienso en Montaigne y sus diatribas azarosas. “Si
hablo de mí diversamente, es que me miro de modo diverso. En mí se hallan, por
turno, todas las contradicciones”, dice el maestro.
En mi caso, me entiendo
como un contradictorio amateur, porque ni siquiera me fío de la metodología de
las ciencias sociales. Con esta, todo es ráfaga momentánea, argumento temporal,
remachada con la fe de cierta escritura académica. Decir que nada es real y al
mismo tiempo, diverso y contradictorio, caemos en el miedo de la indeterminación.
¿Dónde se hallan las certidumbres de esto que nos contiene? Tal vez nadie puede
hablar de verdades, sino de sus medias y sus raíces. Pienso en ello en este mediodía
del viernes. Procuro escribir con algo de ligereza; trato de soltar el
pensamiento desde las manos.
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“Mejor desvío yo una buena sentencia para
encajarla en las mías que me desvío de mi propósito para irla a buscar”, apunta
Montaigne. Sin duda, este truco escriturial menos grato que mediador. También
me gustan las sentencias para abrirme paso. ¿Cómo no hacerlo si queremos
referirnos a temas complicados donde nuestra ignorancia puede enfrascarnos en
el silencio? El argumento ajeno se hace invalorable; pero también un vicio que
debo tratar de combatir. En este capítulo que abro, deseo deslizarme sobre eso
que Oliveira llama, refiriéndose a Giovanni Morelli, la destrucción de la
literatura. Morelli es un personaje provocador, escritor que viene a ser la
nuez filosófica de Rayuela: esa
lectura a contrapelo de la realidad, o
digamos mejor, la literatura. Matar al discurso literario y estético, abolir la
objetivización verbal, etc. Matar es dar vida a otra realidad, es dar un vuelco
al pensamiento y la palabra, no ya desde el libro, sino a través del lector. Es
en el lector donde esta muerte cobra fuerza fundamental.
“Procede como un
guerrillero, hace saltar lo que puede, el resto sigue su camino”, dice
Oliveira. Esto me hace recordar a Blas Coll, heterónimo del poeta Eugenio
Montejo. Este se proponía achicar el lenguaje castellano, purgarlo de su
sufrimiento cristiano, abrirlo a los fonemas de las piedras y los pájaros del
Caribe, aliviar su escritura, sintetizar su pronunciación. Blas Coll es quizás
el mismo guerrillero que Morelli, aislado del mundo y ahogado por la pesada
realidad que nombra y que piensa. Cito
aquí el párrafo del capítulo 97 de la novela de Cortázar, donde se cita un
pasaje del pensamiento de Morelli: “Internarse en una realidad o en un modo
posible de una realidad, y sentir cómo aquello que en una primera instancia
parecía el absurdo más desaforado, llega a valer, a articularse con otras
formas absurdas o no, hasta que el tejido divergente (con relación al dibujo
coherente que sólo por comparación temerosa con aquél parecerá insensato o
delirante o incomprensible...)”.
CAM
Diario Personal
Caracas, viernes 18 de enero de 2013