De profesión: maquillador fúnebre

Hablando de desconcierto: tengo tiempo que no veo el programa de Discovery Channel titulado "Trabajo Sucio". El moderador averigua los pormenores de ciertos oficios “complicados” que muy pocos saben que existen. Lo llamativo del asunto es que este sujeto debe hacer el trabajo con la compañía del entrevistado. Es como el reto del programa: asumir la labor por un día, con todos sus padecimientos y dificultades. La más llamativa fue la del limpiador de cloacas. Se sumergió en el océano de mierda con un traje especial –el que usan los obreros de este tipo– para hacer una rutinaria inspección subterránea. A mí me cuesta pensar que estos oficios pueden ser factibles para todo el mundo. Pero son trabajos; y cuando la labor llama, hay que asumirla. No solo por la necesidad; algunos les hace verdaderamente feliz.
            Ayer sábado en la noche vi una película que ilustra este fenómeno. Se trata de un film japonés llamado "Despedidas" (en japonés Okuribito). El protagonista es un chelista fracasado que se muda a una propiedad que heredó de su madre a las afueras de Tokio. Su novia es hermosa. Flaca, ojos enormes, nariz fina, boca pequeña. La mudanza a la casa materna revive los espacios de la niñez. El tipo se dispone a buscar trabajo. Otra cosa que no sea la música, dice. Y ve un anuncio en el periódico bastante jugoso, pero a leguas incierto. Ofertas engañosas hasta que vas al sitio para comprobarlas o para descubrir la otra cara de la luna. El personaje, en efecto, la descubre de forma mágica, azarosa. O mejor es decir que se deja llevar por el hálito del destino.
Si del cielo te caen limones, aprendes a hacer limonada. Y cuando lo aprendes a hacer, la vida te va llevando a comprender los matices más trascendentales de la vida, y por qué no, de la muerte. De esta última, nuestro protagonista llamado Daigo Kobayashi, recibirá la llamada con el “prepárate, comienzas hoy”. Y pondrá en él la responsabilidad de maquillar a los cuerpos sin vida. A esos que todos rendimos respeto a los funerales con dolor y desconsuelo. Ser el arreglador de los cuerpos tiesos hediondos a formol. Retos que nos llevan a los límites. Un artista singular.

Cuando el cuerpo de una chica muerta recibía el refrescamiento rutinario, los familiares empiezan a discutir en el funeral. Kobayashi se preocupa en la escena dolorosa. Por un segundo, se convierte en el centro de atención: sus manos, sus polvos, sus bases, sus paños húmedos, sus creyones. Las lágrimas se tornan en golpes y patadas por la difunta. Uno de los asistentes, familiar de esta, se levanta guiado por un estallido de la razón. Alza la voz. Señala al joven maquillador. “Miren a este idiota. Él está peor: haciendo lo que otros no se atreven hacer”. Fue una fulminante reflexión que llena de tristeza al joven. La inquietud lo martilla. Allí el director de la película pone en los ojos de la moral a este oficio antiquísimo: lo fúnebre. El dedo acusador de la sociedad no soporta los límites. Gran película que en el 2009 obtuvo el Oscar como la mejor película extranjera.

CAM
Diario Personal
29 de diciembre de 2013.


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