Walter Benjamin: el callejero



Como historiador, digo que es tan importante la fantasmagoría que percibe el paseante citadino como el documento fáctico o el libro en la sala de la biblioteca

El despecho a veces da para caminatas nostálgicas. El desconsuelo se va dejando en cada esquina, así como las perpetuó Yordano en una de sus canciones. El sufridor que anda con el corazón roto tiene una capacidad de observación poderosa en esas jornadas. Quizás lo sea porque lleva las venas abiertas del sentimiento. Sólo así es más receptivo de su soledad (y la del mundo que lo rodea). En esos momentos, el hombre o la mujer pueden ver rincones inapreciables jamás vistos; y cuando los descubre, el dolor hace habitarlo con la compañía ausente. Hay un placer por dejarse llevar por la muchedumbre en las avenidas y trenes.  Late la idea de reconocer el rostro deseado en la masa citadina. Esa conflagración sentimental hace del tiempo y el espacio tan proclive a la fantasmagoría, a las siluetas, a los olores, a los colores, a los sabores. Cuando se sufre el despecho, el cuerpo está en el olvido; como en una especie de inercia espiritual.
Cuando hablo de la errancia citadina, pienso no solo en el desamor temporal que a veces en la vida debemos afrontar, sino en la habilidad que tienen algunos para observar el movimiento violento de nuestras ciudades. Con esto, el ruido de las avenidas, el consumo en los centros comerciales, las colas en las autopistas, el gentío en las estaciones del subterráneo. Ese zumbido de galaxia de concreto; ese rumor que se mueve en el asfalto; esa queja que se arrastra por las escaleras y se deposita en los postes. Vivir esa experiencia debe ser sorprendente. Caminarla, colocarse al margen de las motos y los buhoneros, para poder metaforizar la ciudad que “muerde” (como alguien la ha llamado en estos días). Joaquín Sabina, putañero compositor y adolorido poeta, nos brinda mucho de esto. También está el Baudelaire de Walter Benjamin de su poderoso ensayo “Notas sobre los ‘Pasajes Parisinos’ de Baudelaire” escrito en 1939.
No pretendo aquí resumir el poder de este ensayo del filósofo alemán. Por ahora, solo quiero detenerme en una frase que su amigo, Theodor Adorno, le confiere en una misiva: “A saber, que en la fantasmagoría los seres humanos se igualan en un tipo”. [Theodor W. Adorno. Sobre Walter Benjamin. p. 162] A través de esa frase puedo entrever el instante que el poeta rapta para anotarlo. Y lo hace para captar las pulsiones que Benjamin asume en sus perspectivas históricas y filosóficas. Lo que se observa contiene múltiples interpretaciones: la vida de ser humano, su identidad, su ocaso. Me gusta porque resulta embrujante, como todos los ensayos de Benjamin. Como historiador, digo que es tan importante la fantasmagoría que percibe el paseante citadino como el documento fáctico o el libro en la sala de la biblioteca. Quien pasea y se hunde en la mudez, quién se instala en la plaza o en la escalera del barrio, podría buscar su propio método de observación donde todos  somos lo mismo: tránsito, olvido, aislamiento, fugacidad. 

CAM
Diario Personal
Caracas, 27 de enero de 2013


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