“No hay”. Nana Cadavieco. Exposé (2009)


De la insatisfacción al encanto, del reclamo a lo adorable. Entre estas dos aguas se mueve angustiosamente el tema “No Hay”, de la talentosa cantante y compositora venezolana Nana Cadavieco, influida notablemente por el pop electrónico, el rock y el indie. Lo angustioso no es de gratis: es una crítica bien particular frente a la gran urbe, al caos citadino, o en otras palabras, frente a la realidad contemporánea no sólo venezolana sino latinoamericana. Sin embargo, más allá de la angustia, lo que se vislumbra también es hastío, cansancio, encierro existencial.

Todo queda por sentado claramente en la letra: una confesión que nos niega, que nos grita, que nos rapta, que nos paraliza. A lo largo de sus 3 minutos con 37 segundos, la voz de Nana va llevada de la mano por unos oscuros riffs de guitarra, con un impecable toque de batería y un contundente bajo. Simple y profundo, la ejecución resulta atrayente a la primera escucha, y muchos caemos en la tentación de volver a disfrutar del enfado. Al final de todo, su grito logra identificarnos porque solemos recrearlo, día tras día, en nuestra más profunda interioridad.

Al ver a Nana aproximarse desde los predios de un jardín apacible, intuimos que algo grande está por pasar; y más nos convencemos de esto al ver asomarse a nuestros ojos un columpio púrpura listo para despegar hacia lugares impredecibles. Se nos viene la primera estrofa: “No hay luz / Estamos cerrados / Piso mojado / Se acabó el vino / Aquí no hay señal / Gracias por no fumar / No hay café / No estacione / No hay puesto”. El balancín se perfila como la rabia que baja y sube, llevándose todo a su paso. Cabello al viento, vestido ligero, botas desamarradas, Nana va sufriendo la tortura que le manda el concreto citadino. Observemos el coro: “Puedes / Y sueles arruinarme el día / Pero aún sonrío / A pesar de todo, sonrío”.

Una imagen nos explota en la conciencia: el movimiento martirizante de Nana sujetándose a las cadenas, presa del dolor, mientras que la vida vehicular sigue su curso en la concurrida Av. Libertador de Caracas. Es como si el suplicio no le importase a nadie, como si el esfuerzo fuese sordo ante la martillante realidad; ojos de niña rebelde, tarde gris, sudor, labios resecos, ojos desafiantes, manos que buscan descargar la furia, Nana termina su himno iracundo con un pie en la esperanza: “Puedes/ Y siempre sueles arruinarme el día / Pero aún así sonrío / Puedes y sueles, sueles arruinarme el día / Pero aún sonrío / Si hoy no llueve, sonrío”.

Pies en la tierra, desatándose de la tortura, Nana Cadavieco termina confiando en la búsqueda de la felicidad contra cualquier final proscrito: la risa. En fin, una negación que se desmantela desde adentro para convertirse en afirmación positiva y esperanzadora.

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