Eugenio Montejo: el que ha partido sin irse más allá del adiós
“Partir a bordo de lo que nunca parte, así me iré sin irme, tengo bastante ausencia para llegar donde sea”, apuntaste en uno de tus maravillosos versos, amigo Eugenio. Es a través de la ausencia la ruta enigmática por medio del cual tus lectores, a lo largo y ancho de Hispanoamérica, siguen redescubriéndote a cada instante. Creo, al igual de muchos de ellos, que tu abecedario escrito con piedras, nunca se cansará de cantarle al mágico milagro de la existencia humana.
Allí te vemos en la sabia tertulia, desplegándote ante el vacío de las ciudades, recorriendo las plazas y puentes mientras observas el vuelo de los tordos y el rumor de los árboles. Pasajero en tránsito, absorto y meditativo: así te sigues asomando no sólo en los papiros que nos legaste, amigo Eugenio, sino en cada materia orgánica que nos da vida, frente lo cósmico, frente al implacable tiempo. Nos enseñas, hoy más que nunca, a sentirnos contentos frente a eso que tu llamaste "terredad".
¿Cómo no verte en medio de aquel taller blanco de tus primeros años, salpicado por la harina y la levadura fresca que luego se trasmutará en nieve? ¿De qué manera entenderte en este punto de la ausencia que hoy nos alumbra, sin saber que eres en realidad un poeta expósito, errante y sólo fiel a las palabras, donde tu “único padre es el deseo y mi madre la angustia del huérfano en la tierra”?
Hijo del trópico y del fulgurante sol, siempre anhelaste los paisajes nevados de la lejana Islandia; logramos verte caminando insomne no sólo a Ítaca, sino a la genuina Manoa. Pero aún más: siguen llegándonos tus voces oblicuas con una luminosidad tremenda, recreando el universo expresivo que atraviesa toda tu obra: Blas Coll, Tomás Linden, Sergio Sandoval, Lino Cervantes, Eduardo Polo…
Entre la noche y el relámpago, entre las rosas y las acacias, entre las cigarras y los gallos, entre los puertos y los callejones, entre el bosque y el llano, entre la belleza y el sueño, entre los astros y el tiempo, tu sombra perenne persiste en observarlo todo. Eugenio, amigo, sabemos que sigues allí en tus coros de ausencia: un afán nuestro de preservarte te sigue recreando. Pues, como tu bien anotaste,
“Siempre anduve de paso, mirando la vida que corre
en algún tren opuesto al mío.
Antes de llegar me he despedido.
Aquí y allá jamás he dado un paso
sin desear a la vez ir y volver.
Ya no sé cuándo el mar borró mi nombre,
el ávido salitre hizo bien su trabajo.
Hoy todos me llaman el-que-parte
y a veces el-que-vuelve,
según vaya o regrese,
llevado de la mano de mi sombra.
Y hasta el viento me llama según suene
su soplo seco entre las piedras,
a veces Noche, a veces Naufrago
y a veces también Nadie,
el mago errante que grabó La Odisea
en el rumor de alguna vieja caracola”.
CAM