"Closer". Nine Inch Nails. The Downward Spiral (1994)
“Focalizarse en el dolor, que es lo único real”
Trent Reznor
Los primeros segundos del desastre comienzan con el latido de un corazón mecánico –al más clásico estilo del cineasta David Linch- amarrado a la soledad de un cuarto lúgubre; la luz es tenue, misteriosa; un esqueleto sonriente observa desde una pared, circundado por botellas polvorientas y llenas de unas terroríficas cucarachas. Velones prendidos como ofrenda a Satán, le dan a aquel recinto un halo grotesco.
Bajo este panorama se nos presenta Closer, incluido en el The Downward Spiral, considerado por la crítica como una de las mejores producciones de Nine Inch Nails, álter ego del gran artista estadounidense Trent Reznor. Quizás lo que haga más oscuro a este disco es que fue grabado en la casa donde el legendario criminal, Charles Manson, asesinó a Sharon Tate en 1969; allí, Reznor reunió a toda su banda para componer y grabar toda la placa, en medio de aquel sitial de la muerte y crueldad. Hecho importante: como toda producción artística, este trabajo es la más cruda y fiel proyección del estado depresivo del multiinstrumentalista nacido en Pensilvania, situación que casi lo lleva al suicidio.
Entremos de lleno a la primera estrofa: “Me permites violarte / me permites desacreditarte / me permites penetrarte / me permites complicarte / Ayúdame, he roto en mis partes mi interior / Ayúdame, ya no tengo alma para vender / Ayúdame, la única cosa que me funciona / Ayúdame a alejarme de mí”. Cuando llegamos al coro, la tragicidad del recinto se apodera más de la voz inquietante de Reznor: unos cachos de un toro muerto cuelgan en un vaivén ciego; una cetrina sucia y llena de desperdicios; más calaveras y niebla y telarañas; y un macaco nos dibuja la crucifixión de Cristo, colgado en un altar, con el desespero del inocente animal. “Quiero joderte como un animal / Quiero sentirte desde adentro / Mi entera existencia está incompleta / Tú me acercas a Dios”.
En el pulsar rítmico del desastre, nos sale al paso el escarabajo negro, que intenta buscar una salida, una escapatoria. Y aquí el símbolo capital de Closer: el querer escapar, el querer fugarse de la escena anormal. Hay una tensión que nos ata, que nos aniquila. Se nos viene la segunda estrofa: “Tú puedes tener mi aislamiento / tú puedes tener el odio que contiene / tú puedes tener mi abstinencia de fe / Tú puedes tener todo de mí / Ayúdame, tú desgarras mi razón / Ayúdame, es tu sexo el que puede oler / Ayúdame, me haces perfecto / Ayúdame a ser alguien diferente”.
Una imagen es particularmente enfermiza: el flote angustiante de Reznor, girando y girando, poseído por fuerzas luciferinas; esperando, desde la ingravidez, por el final proscrito. Y éste el preámbulo del Apocalipsis: seres encerrados, girando en su propio miedo, y una mujer tendida, desnuda, con los ojos tapados, nos muestra sus senos prohibidos y aquel monte de Venus que usufructa la perdición final. Estamos frente a la arqueología de la provocación primigenia: el pecado divino.
“A través de cada bosque / sobre los árboles / con mi estómago / que fragmentó mis rodillas / Bebo / la miel de tu enjambre / Tú eres la razón / por la que vivo”, reza el estrillo final, pieza maldita que abre el camino al entierro. La tensión sube. El ritmo se acelera. La niebla se hace espesa. Caras tensas se asoman en secuencias infernales. Polvo miserable. Tortura contumaz. Caída. Dolor. Pecado. Sacrificio. Muerte.
CAM