"Confortably Numb". Pink Floyd. The Wall (1979)


Cuando la ópera rock The Wall salió al mercado a finales de 1979, el movimiento musical mundial viviría uno de sus sacudimientos existenciales más profundos. Existen muchos argumentos que sustentan esta premisa: nunca antes una agrupación había erigido una crítica tan brutal contra los dictámenes del capitalismo y la parafernalia de la cultura occidental, hablando en términos históricos, sicológicos, filosóficos y morales. Pink Floyd, banda británica liderada por Roger Waters y David Gilmour, tendría en The Wall la obra descollante y trascendental que -según la crítica especializada- lo coloca como el tercer disco más vendido de la historia del rock.

Sin ganas de ser arbitrarios, creemos que el tema Confortably Numb, incluido en esta ópera floydiana, podría resumirnos la desafiante crítica a las formas morales de occidente. Olvidemos el nombre y apellido del protagonista; cualquiera de nosotros pudiese ser aquel niño atrapado en la tortura, la violencia y la depresión. Alineación instantánea, nos sumergimos del lado de la víctima sin contemplaciones. Tal vez no exista un tema tan profundo: es vivir la pesadilla en sus dos posibilidades, una en lo onírico, otra en lo real. Entre esos dos ámbitos, yo, tú y él, vamos sufriendo los latigazos fantasmales de la tortura. No hay descanso: ya sea despierto y dormido, nosotros sufrimos el suplicio de sentirse “Cómodamente adormecido”.


Antes de pasar a la letra, tenemos que decir que existe una doble intención narrativa –siguiendo toda la línea discursiva del drama- que pasa del diálogo al monólogo, mezclándose ambas a lo largo del tema. Esto no hace otra cosa que darle una complejidad enorme a Confortably Numb, porque nos presenta un sin fin de consideraciones filosóficas, que tardaríamos mucho en comprender hilo a hilo. Del diálogo sordo y al monólogo mudo, este tema es dialéctico, mordaz, sarcástico, y, por demás, irónico. Es el himno de la sospecha, eso que tanto caracterizó la obra filosófica de Nietzsche y que aquí tiene una influencia enorme.

En medio de sonidos etéreos y golpeteos de batería, la voz irónica va armando la primera estrofa: “¿Hola? / ¿Hay alguien allí adentro? / Solo cabecea si puedes oírme / ¿Hay alguien en casa? / Ven, ahora/ oigo que te sientes deprimido / Bien, yo puedo aliviar tu dolor / y ponerte en de pie de nuevo / Relájate / Primero necesito algo de información. / Solo los hechos básicos / ¿Puedes mostrarme donde te duele?”. Las preguntas martillan, más cercanas a la manipulación que de la propia solidaridad afectuosa.


Luego de la sorna, se perfila el coro descarnado, rico en confidencias y en proyecciones. Pero, en este punto, la sorna se troca en queja, padecimiento. “No hay dolor, tú estás mejorando / El humo de una barca lejana en el horizonte / Estás viniendo solamente a través en ondas / Tus labios se mueven pero no puedo oír lo que estás diciendo / Cuando yo era un niño tenía una fiebre / Mis manos se sentían como dos globos / Ahora tengo esa sensación de nuevo / No puedo explicar, no lo entenderías / Así no es cómo soy yo / Estoy entumecido confortablemente”. En pocas palabras, nos sentimos imposibilitados de sentir y de expresar lo que nos aflige. No sólo la sensación de la mudez, sino del terror eterno. No hay identidad en nada: sólo reflejos que danzan en “oleadas”, como “humo”. Esa es la fiebre de la infancia: la incomprensión del yo en medio de la terrible condición del desamparo.

Persiste el viaje hacia el infierno en la segunda estrofa. Pero ahondemos en ella a través de las imágenes, para enfocar cómo ese “conejillo” que somos, está a merced de la frialdad y locura occidental. “Apenas un pequeño pinchazo / y no habrá más”, dice la ciencia médica. Gra mentira: ella misma procura más dolor y nos empuja hacia los terrenos de la dependencia desastrosa. Ese “Ahhhrrrrrrrrrrrr”, es la queja real del combate. La visión total de la enfermedad paralizante.

Centrémonos en la imagen del niño con su único depositario de afecto: la amada rata. Por momentos la esperanza del amor se había centrado en aquel animal, que con gusto había protegido en un recodo del establo. Frente a la muerte de su amiga, el niño que todos nosotros somos se desmorona ante el abismo de la soledad. Y esto se nos comprueba en una frase cruda en la segunda parte del coro: “Cuando yo era un niño tuve una efímera ojeada / Afuera de la esquina de mi ojo / Di vuelta a mi mirada pero se había ido / Ahora no puedo poner mi dedo en él / El niño ha crecido, el sueño se ha ido”. Y si el sueño se va, nos preguntamos: ¿qué es de la vida entonces sin él? ¿De qué vale la pena vivir sino es para el rencor y la venganza?

La rabia va cerrando la metamorfosis final a partir del minuto 4:54. Cuando la víctima va desplazándose por el túnel diabólico, llenándose de gusanos y alimañas carnívoras, Confortably Numb adquiere características poderosas. Enfoquémonos en el ritmo de la guitarra de David Gilmour, para vivir la experiencia de la catarsis. Considerada por la revista Guitar World como el cuarto mejor solo de guitarra en la historia de la música, este solo nos va acompañando en nuestra transformación violenta: el descenso hacia lo animal. Ya encerrado en el caprice negro, aquel ser devorado por sus propios fantasmas se quita la piel con una energía esquizofrénica impulsiva.

Es, en fin, la creación del Golem: el monstruo que viene desde las tinieblas para blandir el látigo de la venganza; un ser endemoniado criado por el beso superficial de la madre, por el gesto represivo del maestro, por el deseo de conocer al padre muerto en la guerra, por la jeringa agresiva del doctor… La vida y la muerte unida por una resurrección maquiavélica. O en otras palabras, el canto maldito de una muralla que se arma en sí misma para desmoronarse llevándose todo a su paso.

CAM

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