Michel Onfray: ¿quién escribe la historia?

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Al siglo XVII se le suele caracterizar con la etiqueta de el Gran Siglo (Grand Siécle). No sabía que esto se debía a la obra de Voltaire, El siglo de Luis XIV, publicada en 1751. A partir de ella, se echó a andar historiográficamente hablando, las raíces de los pensadores y máximos representantes de aquel periodo: filósofos, artistas, compositores, legisladores y políticos. De Voltaire, solo he leído Cándido, su novela picaresca. 
          Estudiando la Contrahistoria de la filosofía. Los libertinos barrocos (Tomo III), de Michel Onfray, descubrí un pasaje llamativo: Voltaire incurre en flagrantes faltas en su compendio. Según Onfray, el Gran Siglo tiene otros intelectuales influyentes. Montaigne  y Spinoza, por ejemplo, no son incluidos. ¿Cómo es esto posible? 
            En la introducción, Onfray demuestra que Voltaire, a parte de haber escrito la obra con intereses laudatorios (para humillar a Luis XVI, el que será decapitado luego de 1793). Onfray escribe: “Es cierto que en esta obra no se califica explícitamente al siglo grande, pero ésa es la idea que inspira e impregna las quinientas páginas de este libro apologético, oportunista e interesado: grande por su diplomacia, su historia, sus conquistas, su régimen (monárquico), su religión (católica), sus acciones de armas, su política exterior, sus obras, sus tratados de paz, su comercio… Voltaire dibuja, pues, un Grand Siécle clásico: católico y monárquico, prendado de simetría y orden, armonía y conformismo”.

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Michel Onfray escribe en Contrahistoria de la filosofía. Los ultras de las Luces (Tomó IV): “La línea de fuerza liberal triunfa con las ideas de Voltaire y la mano de Robespierre, dos plebeyos animados por el resentimiento. Aspirantes, uno y otro, a reemplazar el poder feudal de los nobles por el poder comercial de los mercaderes, los empresarios, los banqueros y los propietarios. La invención de la burguesía moderna se produce en este período. El final de la partida designa a los perdedores: los ciudadanos llamados pasivos o, en otras palabras, los que no son propietarios, los que no pagan impuestos, los incapaces de subvenir a sus necesidades por sus propios medios”. No será historiador, pero Onfray hace suyo la lectura a contrapelo del discurso histórico. El método de la sospecha a lo Nietzsche. 

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La doblez de filósofos como Voltaire, Rousseau, Diderot, D'Alambert. Onfray demuestra cómo estos tipos no cuestionaron la medula del Antiguo Régimen. Es decir, muestra el rabo de paja, las imposturas, los silencios. Eran deistas, odiaban a la plebe, respetaban a la Iglesia Católica y confiaban en los privilegios monárquicos. Asistimos en la lectura a una construcción historiográfica. Ídolos humanos, demasiado humanos. Nos sale al paso la figura de Robespierre, desnudo ante las tramas del dogma republicano. Él alumbró arriba con su voluntad de hierro; pero abajo, en los tallos y en las raíces de la leyenda, cunde las penumbras de un personaje temeroso, clasista y pare usted de contar. ¿Fue radical Robespierre? Pero de él se aferró la élite liberal, para engranar una visión oficial del dogma republicano francés.
Onfray valora el pensamiento de Jean Meslier, Julien La Mettrie, Pierre Louis Maupertuis, Claude-Adrien Helvétius y Paul Henri Thiry d'Holbach. Incómodos para la sociedad y la aristocracia de su tiempo, ya sea por sus lineamientos materialistas, por sus posturas ante Dios y la Iglesia, por su visión de la vida y la felicidad, estos sí que pensaron la filosofía en términos de emancipación total. Las radiografías biográficas de Onfray dejan al descubierto las tramas de las “Luces”. Escribe al final del tomo: "La escritura de la historia hace la historia: es ella la que crea el acontecimiento principal y establece simultáneamente la anécdota menor; promueve al filósofo digno de consideración y elimina al pensador de segundo orden; consagra solemnemente a Arouet, pintado de nuevo con los colores del heraldo necesario, desdeña al otro, olvida a éste, ensucia a aquél y envía al purgatorio, incluso al infierno, a quien no dé por buena la hipótesis de su rectilínea toma de partido".

CAM, 2017.




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