Alejo Carpentier: el diarista angustiado


El diario como “vertedero de angustias”. Así lo anota Alejo Carpentier el 7 de enero de 1956. El sitio donde late el trajinar desenfrenado del escritor. Yo no ubicaría una definición más exacta como la del cubano. Venir aquí a dejar constancia de la existencia representa luchar contra múltiples fantasmas: la repetición, la inconsistencia, la trivialidad. En mi caso, y creo que en el caso de Carpentier, uno no viene aquí por mero disfrute. Alguna extraña razón es la que te sujeta: la memoria. Ser visible en el hilo fugaz de mi circunstancia. Soy ínfimo. Mi escritura, que es nada y todo, supone –o cree suponer– que logrará ser algo más si anoto, perfilo, comento o sumo letras en estas páginas. Es al menos una manía persecutoria. De allí la angustia que genera llegar a media noche y no encontrarle sentido a las horas ya vividas.
            El 27 de agosto de 1954 escribe Carpentier: “No escribo cosa alguna. Vida absolutamente vegetativa. Me sorprendo de mi propia pereza… Pero entre tanto, analfabetismo total”. La inmovilidad refleja también cómo los proyectos del escritor se van formando en esas batallas diarias. La sinceridad con que se anota la pereza convive con el bajo mar de las ideas, con las metáforas y las hilaciones de un libro futuro. La pereza es sufrida por partida doble. El escritor se martilla en la conciencia. ¡Un día perdido! Sin embargo, opino que la palabra anotada genera una ganancia sibilina. Algo late en ese vertedero: decretar la muerte día a día, sí, pero con un cierto gusto por el renacimiento prometido.

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Quisiera siempre tener lápiz, papel o mi celular a la mano. Tengo la impresión de que son más las cosas que debo anotar. El diario no es ni la décima parte de lo que pienso ni de lo que medito, mucho menos de lo que padezco en la ciudad ni en mi vida familiar. Es y será un objeto inacabado. En el transcurso del día se me antojan diversas relaciones entre sucesos y lecturas, canciones y senos de mujeres en la calle, que nunca puedo exorcizarlas del todo…
            Anotar siquiera una línea entre comas y palabras claves. Así lo he intentado a veces sobre todo con el block de notas del teléfono. Hay batallas que se ganan; pero casi siempre la derrota viene y se posesiona de la memoria. El tiempo gira y, cuando quieres acordarte, es demasiado tarde. La emoción se ha ido, la relación y el antojo ya son invisibles al tacto del teclado y al silencio de la noche.  ¿Qué hacer con el olvido? ¿Qué hacer con la palabra no concretada? 

            “Hoy día ingrato, seco, contrariado. Odioso y olvidable”, escribe Carpentier en su diario el 18 de agosto de 1952. Al fin y al cabo, la vida de un hombre es la suma de emociones en momentos determinados del tiempo. El sujeto está atado a la decisión; por tanto, a la voluntad del ser. Desear el olvido como forma de enterrar lo vivido, lo que se calla. Es la otra vía del diario. La palabra no dicha recobra, como lo plantea Carpentier en sus anotaciones, la manifestación de fuerzas encontradas que lo lastiman. Me gusta cuando aparecen esas detonaciones. Es la voluntad fabricando el torrente creativo del alma humana. Son espejos en los cuales hay que mirarse para sentirse vivo. Esa podría ser otra definición del diario.
CAM


Caracas, lunes 3 de noviembre de 2014.

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