Manuel Caballero: los nervios de Descartes




La prosa demostrativa de los historiadores debe ser sencilla. Admirable como las de Jules Michelet o la de Ramón J. Velasquez. El historiador que escriba con la frescura cotidiana y que al mismo tiempo demuestre sin muchas citas la profundidad de su tema, tiene el terreno ganado para la atención del amplio lector. Manuel Caballero (1931-2010), historiador nacido en Barquisimeto, Edo. Lara, entra en estos márgenes genuinos con sobradas razones. Esta impresión personal viene desde que leí por primera vez su libro Las crisis de la venezuela contempárena (1903-1992) cuando estudiaba el pregrado en Historia. Me quedaron en la memoria sus ironías afiladas, por no decir su humor descarnado, incómodo. La prosa de Caballero es la comprensión del maestro socarrón que nunca sonríe del todo.
No quiero aquí hablar de su estilo; en vez de eso, deseo centrarme aquí brevemente en la lectura de unos de sus ensayos titulado “Para una lectura política del Discurso del Método”, incluido en El desorden de los refugiados (2004). Solo un detalle de este sorprendente ensayo de Caballero: el miedo que sintió Rene Descartes, autor del afamado texto en 1637, de publicar sus obras en vida. Caballero, como historiador de lo político, es capaz de ver que tal temor es comprensible bajo el lente de su época: la frontera  entre el Renacimiento y la Modernidad. La dermis de Descartes es entendida en cuanto a sus elementos humanos: cómo un ser genial como el francés llevó a la duda razonada hasta llegar hasta el hilo del dogma: la existencia de Dios. Fundó un método filosófico revolucionario; sin embargo, huyó de la política. Y la política en el siglo XVII era meterse en la Guerra. O creer o morir.  
Tal guerra hizo que el propio Galileo, contemporáneo suyo, se retractase ante la Inquisición en 1633. Descartes, enterado de tal caso, no tuvo otra alternativa que quemar inclusive parte de sus reflexiones. El temor epocal entonces es entendible: mejor tener prudencia que morir en la hoguera. Sin embargo, Descartes pudo temer más a otra clase de muerte, esta es, la muerte moral, esa que se vive más allá de este mundo terrenal. Porque en el fondo, el matemático era obediente a su formación jesuita; y es ese cumplimiento celular con la orden religiosa, la que lo detiene frente al espejo ardiente de Galileo. Miedo moral, pues, latiendo en el denominado Grand Siécle, donde también vivió Spinoza y Leibniz.


Al fin y al cabo, Descartes tuvo un pie en la Antigüedad y otro en la Modernidad. Esa perspicacia de Caballero tiene en este párrafo un detalle potente que ilustra su estilo analítico que descree, valga el detalle, de toda afirmación tajante: “Es decir, no hay en él, como sí lo hubo en Galileo, la menor intención ni voluntad de defender sus ideas ni someterlas a la discusión con tan doctos señores. Si la Iglesia dice que él se equivoca, la Iglesia tiene toda la razón. Hay allí algo más que simple temor, que simple cobardía: Descartes acata, acepta la autoridad religiosa. Él es, en eso, todavía hombre de su tiempo, no del nuestro”.
Descartes, hombre repleto de matices que aún hoy sigue iluminándonos; Caballero, que los rescata para prodigarnos la talla de la duda universal, que sigue siendo la nuestra mientras pensemos aquí o en otra parte.

CAM, Mayo, 2014.

Entradas populares