La Caracas de Ryszard Kapuściński
La Caracas actual me recuerda
a la crónica Un día más con vida. Su
autor: Ryszard Kapuściński (1932-2007). Considerado el reportero más notable del
siglo XX, Kapuściński asistió al nacimiento de la guerra en la República
Popular de Angola a partir de 1976. En cierto sentido, no existiría Kapuściński
sin la guerra. Amalgama de un narrador con su medio predilecto: la muerte. Corresponsal
de conflictos epidérmicos por décadas en la África contemporánea, el periodista
vehicula la violencia como ningún otro. Se siente, por ejemplo, las balas
silbando, el calor abrasador, las praderas desiertas, las moscas devorando
incluso el viento. El mundo según Kapuściński que tanto impactó a Gabriel
Garcia Márquez.
Caracas
ha empezado parecerse a Luanda, capital angoleña, ubicada en la costa
atlántica. No sé si exagero. Pero la soledad de las calles en las noches lo
demuestra. La pesadez de los negocios sin gente, las universidades desiertas,
los cafés cerrando cuando aún queda sol. La perspectiva del Ávila ha dejado de
ser la misma desde abajo. He venido perdiendo el contraste de lo habitado, de
las plazas con niños y las “horas picos”. Algo se ha ido: no sé cómo anotarlo. Kapuściński,
en un pasaje clave, deja hablar a uno de los nativos portugueses de la ciudad:
“Todos ellos saben por qué quieren marcharse. Saben que en septiembre aún
será posible aguantar, pero que en octubre las cosas se pondrán muy feas y que
nadie sobrevivirá al mes de noviembre. ¿Cómo lo saben? ¡Vaya pregunta! Yo, que
he vivido aquí durante veintiocho años, tengo algo que decir sobre este país.
¿Sabe usted qué fortuna he amasado? Un taxi viejo que he dejado ahí, en la
calle”.
Dejar la peluca, me dijo un amigo ayer. Todos andan en
eso, agregó. Ya nadie sale, remató. Es la verdad: el alma colectiva
refugiándose, ahorrando fuerzas para el día siguiente. Hemos adoptado sin
saberlo el hábito de las madrigueras: acumular lo necesario, la comida, el
agua, el oxígeno…Ya la ciudad nocturna se deja arrastrar solo por la inercia
del animal enfermo. Se postra en cada uno de nosotros. Adquirimos la naturaleza
de hormigas indefensas. ¿Cómo nombrar la tensión de la guerra que nadie desea ver? La procesión huidiza, plegable,
asustadiza. Ayer, de regreso a casa a las 8 de la noche, me confundí con las
siluetas que registraban el basurero en búsqueda de comida. Vi cómo se peleaban
por el botín. Al fondo, en una esquina, esperaban dos perros famélicos. La
imagen primigenia de la cadena alimenticia: el más fuerte verá el sol mañana.
Huyen todos; yo sigo aquí. ¿Qué pasa con los que se
quedan “por ahora”? No me gusta cerrar con la nota pesimista las entradas del
diario. El trago amargo de la huida se atora en la garganta. La voluntad de traccionar hacia delante se aferra a un no sé qué… Sin querer,
aparece este otro pasaje de Kapuściński:
“La gente huía de Angola como se huye de la peste inminente o del aire
fétido que no se ve pero que siembra la muerte. Luego vendrá el viento, y la
arena borrará las huellas del último hombre”.
CCS, jueves 19 de enero de 2017.
CAM