Maiquetía y Neuchâtel: ensoñaciones de viajero
Me hallé en el sueño entregando mi pasaporte a
una oficial de inmigración en Maiquetía. Mi mano derecha estaba enguantada,
escondiendo quizás una lesión reciente. Era una especie de media aterciopelada,
un color un tanto amarillento. Sentía que todos me miraban para presenciar el
frenazo que debía sufrir con la señorita. El aeropuerto estaba cundido de
gente; así que todos querían pasar esa alcabala. El miedo me hacía sudar. Este
era alimentado por un presentimiento horrible: no tenía mi boleto aéreo impreso,
lo que significaba que iba a perder el vuelo. No había tiempo para patalear.
Era la perdición; pesadilla de la burla, de insulto. La burrada de un viajero
apurado, más torpe que las alas de una gaviota frente a un motor de un Boing
747. En las tinieblas del trance –la muchacha chequeaba mis datos en el
pasaporte- me di cuenta que mi destino era algún paraje andaluz. Justo cuando
la oficial subía la mirada para propinarme la pregunta asesina, me desperté
sudando con el sol de las 8 a.m. con nubes grisáceas.
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Al salir de la cama me dirigí a la biblioteca
apartándome las lagañas nocturnas. Al azar di con un librito de lomo verde:
Alejandro de Humboldt, Del Orinoco al
Amazonas, publicado en Barcelona, bajo el cuidado de Editorial Labor, en
1988. Por el instinto quise hojear el cuerpo entero, mientras que iba al baño
en busca de aliviar mi vejiga. En ese trajín me acordé de dos indicios que
tenía pendiente de perseguir. Uno se vuelve en eso un profesional: buscar los
eslabones, las referencias, las huellas, los parentescos. A propósito de la
lectura de la biografía sobre Miranda escrita por Mariano Picón-Salas afloraron
dos antojos de este tipo; par de puntos negros, tan gravitatorios como la duda
misma.
Uno de ellos fue la interesante
visión que tuvo el sabio alemán sobre la opinión política de los caraqueños
entre 1810 y 1812 y que Picón Salas trae a colación para entender el contexto
histórico del Generalísimo. Al leer aquel pasaje, decidí buscarlo por una
emoción. Hoy domingo se dio ese chispazo intuitivo. Vierto aquí la cita:
“Si no tuvimos motivos de
sentirnos satisfecho con el emplazamiento de nuestra residencia, más nos alegró
todavía la acogida que nos dispersaron los habitantes de todas las clases
sociales. En Méjico y Santa Fe de Bogotá me pareció que predominaba la afición
a los estudios científicos serios; en Quito y Lima encontré más inclinación a
la Literatura y a todo lo relacionado con una fantasía viva y fogosa; en La
Habana y Caracas, una cultura más amplia en las cuestiones de política general,
unos criterios más abiertos sobre el estado de las colonias y sus metrópolis”.
Luego el científico teutón
lanza una palpitación para mi jugosa y preclara; en ella pulsa el tráfico de
los miedos antillanos, que saben más al inglés y francés, que el medieval
castellano fernandino: “El intento tráfico comercial con Europa y el Mar de las
Antillas han ejercido una poderosa influencia en la evolución social de Cuba y
las hermosas provincias de Venezuela. En ninguna otra parte de Hispanoamérica
ha adoptado la civilización un matiz tan europeo”.
Líneas más abajo –estoy
citando el capítulo XIII, “Residencia en Caracas. Las montañas que bordean la
ciudad. Ascensión a la cumbre de la silla”– el Barón von Humboldt agrega el
matiz ilustrado del mantuanaje caraqueño sus gustos y sensibilidad. Veamos los
que nos dice:
“En varias familias de
Caracas encontré sentido cultural. Se conocen allí las obras maestras de la
literatura francesa e italiana; agrada la música, que se cultiva con talento y
que, como todas las Bellas Artes, une a las diferentes clases de la sociedad”.
Ya el erudito dice que la
ciudad adolecía de un sitio especial para el disfrute del arte pictórico. La
misma realidad cruzará casi un siglo, hasta que Guzmán Blanco tome algunas
cartas en el asunto. Me salen al paso preguntas como estas: ¿Quiénes leían?
¿Por dónde llegaban los libros? ¿Quiénes censuraban? ¿Cómo se contrabandeaban
los libelles philosphiques? No sé si soy destinado a seguir la ruta de Darnton;
lo que sí es cierto es que la ruta de Elena Plaza pronto caerá bajo mi acecho…
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Vuelvo al otro indicio de Picón-Salas: la
estadía de Miranda en la ciudad suiza de Neuchâtel en septiembre de 1788. Para
mi sorpresa, de aquel pueblo habla Darnton en su trabajo sobre la literatura
prohibida en el Antiguo Régimen. Neuchâtel era la cuna del movimiento editorial
europeo a finales del siglo XVIII. Me imaginé por un segundo al caraqueño
proveyéndose de los libros libertinos, para anexarlos a su biblioteca personal;
o más osado: para mandarlos a la Provincia de Venezuela a través de los
círculos contrabandistas de las Antillas.
Estuve viendo bajo esa
ensoñación el archivo de Miranda en la web toda la mañana buscando tal pista.
Mientras lo hacía me encontré con la prosa diarística del prócer, rica en
imágenes, voluptuosa, aventurera, detallista. Escribía conciso, directo al
grano. Algún día me encantaría leer los 26 tomos de sus “Viajes”, que abarcan
España, Estados Unidos, Rusia, Alemania, Francia, Inglaterra, África,
Dinamarca, Noruega, Italia, entre otros puntos. En ese hojear, encontré las
huellas de Miranda bajo estas metáforas escritas por uno de sus amigos –un tal
Pictet– dirigida a anónimo morador de aquel paraje:
“Mi muy querido amigo, no
puedo negarme el placer de recomendarte al portador de esta carta, señor Conde
de Miranda, noble mejicano que viaja bajo el nombre de señor de Meyrat, y quien
me ha sido muy recomendado de Petersburgo. Es el hombre más extraordinario que
he visto jamás, por la extensión de sus viajes en las cuatro partes del mundo,
los conocimientos que ha adquirido a través de éstos, la riqueza de su
conversación, su ciencia en la historia, la literatura, las bellas artes, en
una palabra, por una universalidad de la que yo no tenía idea y de la que no he
visto otros ejemplos. Desea ver las montañas de Neuchâtel, país en el que
Rousseau vivió cierto tiempo, etc. Creo que no hay persona mejor que tú para
dirigirlo en este asunto. No habrás hablado dos minutos con él y ya lo
encontrarás de una encantadora sencillez que te llevará naturalmente a servirle
en todo de lo que de ti dependa. Irá de Motiers para ver Le Lóele, La
ChauxdeFonds y otras curiosidades de los lugares donde tú vives. Hazme el favor
de indicárselos, y si puedes acompañarle en alguna parte del viaje, no te
aburrirás ni perderás tu tiempo”.
CAM, 2013.
Diario Personal
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