El otro Nietzsche
Hoy salió un artículo bien interesante en la prensa sobre el aniversario
del nacimiento de Federico Nietzsche escrito por Juan Antonio Calzadilla. No soy
muy amigo de leer los papeles y suplementos literarios con asiduidad los
domingos; a menos que haya una figura capital homenajeada que despierte en mí
cierto interés. Ver la fotografía de mi pana Nietzsche, como lo nombro yo, me
provocó y accedí a la lectura. Resalté en amarillo las ideas, cosa rara en mí cuando leo
en estos formatos: ganchos de estilo, giros interpretativos, imágenes
evocativas…
Hace dos
horas, a eso de las 9 p.m., me dispuse a
escribir sobre el artículo. Me senté animado en la mesa; coloqué el mejor rock
de Spinetta; y me dispuse a soltar las primeras líneas. La idea inicial: ensayar
sobre esas “certezas primeras” que nombra Calzadilla, esos “clarines de
verdades” de Nietzsche que duran “un instante y luego se desvanecen”. Deseaba
escribir sobre esa incapacidad de pisar
firme al leer al alemán. Porque también he descubierto mis contradicciones
junto a las de él. Ni hablar de los sarcasmos de vampiro, sus fechorías
“anarquistas”, sus virtudes aforísticas –¿y humorísticas?– y demás
excentricidades. Lo genial y lo denso de él han hecho de mis lecturas un torbellino
jodido e inexplicable. Sentí una identificación total con el artículo de
Calzadilla porque así puede describirse mi relación con Nietzsche. No podía
dejar pasar la oportunidad de prenderle una vela en este Diario.
De pronto,
la lluvia apareció con un trueno que tambaleó mi casa. Hizo falta que apartara
el artículo de improviso; que apagara la computadora… Y el agua y la ventisca me
despertó, quién sabe si con el poder de Zaratustra, para golpearme en la cara.
Mi casa se convirtió en una gotera ensordecedora, macabra. El aguacero me hizo
entrar en razón: la realidad no solo necesita del pensamiento ni de la moral en
el sentido en que necesita también del instinto, de la imperiosa necesidad, de
la emoción gregaria, de la pasión atávica, del miedo a la muerte… Cuando secaba
los charcos que inundaban mi casa, escuché la risotada de Nietzsche. La escuché
de cerca reflejado en mi susto agarrando como podía el haragán y el coleto. Esa
mueca que paraliza el alma a todo momento cuando hay peligro: ese es también
Nietzsche. Sin pensarlo, ya la vela estaba prendida.
CAM
Diario Personal
Domingo 30 de agosto de 2014.
Domingo 30 de agosto de 2014.