Lance Armstrong: el guerrero a pedal



A pesar de que los retos siguen estando allí para nosotros, ya se perfilan de otra manera para superarlos. Pensemos, por ejemplo, en la carretera. La ruta del ciclista o del corredor. Ir del punto “A” al punto “B”: ascender la montaña, descender la cuesta, surcar la recta. Es cumplir con la etapa, con la jornada. Un asunto entre nosotros y la naturaleza. Deporte o no, el desafío supone un asunto central: superar nuestros límites existenciales. Sin embargo, el dominio de nuestras propias murallas también se alimenta de los héroes y su gloria. Late en ellos la fuerza espiritual de lo trascendente: el valor. El arquetipo a seguir nos dota más allá de la razón. Lance Armstrong (1971) es, sin duda, uno de ellos.




¿Qué es lo que hace Lance uno de los atletas más geniales de los últimos tiempos? Dejando de momento los siete campeonatos obtenidos en el Tour de Francia (1999-2005) tendríamos que empezar por esto: su obra es una carrera por la vida. Es imposible olvidar, evocando su trayectoria que finalizó oficialmente hace dos semanas, la postura del texano en la bicicleta; el pedaleo erguido y monstruoso frente al de sus absortos contendientes; las superaciones increíbles en las ocasiones donde estuvieron presentes las caídas en los Alpes y en los Pirineos; la mirada focalizada en la meta mientras mantenía a raya los niveles inhumanos del dolor; la sonrisa final en el podium de Paris, vistiendo la inmortal camiseta amarilla, tal como lo hicieron en el pasado Jacques Anquetil, Eddy Merckx y Miguel Indurain. Imágenes van y vienen. La obra de Lance, en este sentido, es la de nunca darse por vencido.


Cuando le detectaron cáncer testicular con metástasis cerebral y pulmonar -a sus 25 años de edad- Lance se vio en una encrucijada definitoria no solo para su familia y para el deporte en general, sino para los millones de personas que padecen esta enfermedad. Una de dos: entregarse a la muerte, pues los cirujanos le daban 40 % de sobrevivir; o combatir la enfermedad hasta vencerla. A partir de allí, cada día significaría una batalla que ganar. Vencida la muerte, Lance tomaría la bicicleta y la convertiría en un arma simbólica. Vista como una dupla maravillosa, lo que engendró fue una máquina obstinada: la voluntad de vivir.






¿De qué están hecho los héroes sino de voluntad? La constancia aguerrida, si se concibe sin ataduras, eleva al ser humano a niveles inconcebibles. De allí el surgimiento, en parte, de la leyenda. Tras la leyenda, lo que pervive es la historia de lo sorprendente, de lo inaudito; una narración que pendula entre lo ficticio y lo real. Lance, dejando atrás las curvas y las empinadas cuestas, sigue y seguirá construyendo la leyenda del guerrero a pedal. El símbolo viviente que puede estar en una lejana ruta de España o Australia, de Japón o Venezuela, de Rusia o China. Allí donde esté presente la batalla por la vida, estará él con su casco dorado y su mirada fría y vigorosa. Quizás, cuando volteemos del otro lado de la ruta, notemos el celaje veloz de su paso; solo allí comprenderemos, en fin, que no estamos solos en el silencio de nuestros propios retos…

CAM, 2010



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