El discurso ensayístico: entre lo “tosco y extravagante”
Volvamos a un inciso que arriba rozamos brevemente: el carácter estético -si se puede decir- de los Ensayos de Montaigne. ¿Cómo anotar el fluir libre del pensamiento? ¿De qué forma dejar escrito el vértigo incesante de la razón? Si bien el tema y el argumento era él mismo, el esfuerzo por explayarse en la escritura debía ser fiel a su caos interno. Franco y llano, el discurso debía buscar la humildad no del “académico” ni del “retórico”, sino la del “soldado”, la del “campesino” y la del “pulpero”. Un discurso capaz de sintonizar rápidamente con el yo: sin ataduras de ningún tipo, confesional y sencillo.
“Esto, si debo llamar mi estilo a un lenguaje informe, sin regla y vulgar; a un método revuelto, sin definiciones, particiones ni conclusiones (…) No sé hablar mas que de manera llana. Mi lenguaje, por ende, no tiene nada de fácil y pulido. Es áspero y descuidado, con formas libres y desarregladas, y así me place hacerlo, si no por mi juicio, por mi inclinación”. (T.II.p.275) Montaigne aquí abre a todos nosotros una descripción anatómica de su condición, primero, espiritual, y segundo, escriturial: ambas tejidas por la ignorancia y la libertad. Declara que la razón de su lenguaje vulgar se erige gracias a su juicio y a su inclinación, lo que demuestra que busca aproximarse lo más posible al afán crítico que lo consume. Ni la grandilocuencia del petrarquismo español, ni a las métricas insondables, propias del barroquismo renacentista, ni mucho menos a las reglas de la retórica, aunque de ella rescatará con pinzas lo más importante.
De la retórica clásica, Montaigne tomará la ironía y lo doméstico como banderas ineludibles: con ella podía llegar universalmente a todos y todas (¡y vaya que cinco siglos después lo sigue haciendo!). Cicerón, Plutarco, Séneca, Erasmo son uno de esos autores que más influyen en este sentido en la construcción de su discurso propio que, prácticamente, establecería un nuevo género literario. “Esfuerzos”, “tentativas”, “experiencias”, o como se lo conocerá a través de su obra genuina, “ensayos”. El fin: lograr captarse él mismo en el acto de pensar, ofreciéndonos el movimiento circular que de él se sustrae. De la diatriba a la paradoja, del soliloquio a la confesión, Montaigne erige su esfuerzo ensayístico.
Peter Burke agrega algo interesante: “El ensayo, en su sentido personal, era un calzado hecho justamente a la medida del pie de Montaigne, un género que iba a permitir hablar de sí mismo, poner en cuestión lo que otros daban por cierto sin comprometerse él mismo con ninguna solución, y hacer digresiones”. Un calzado que fue construyendo, evidentemente, a través de una cadena de dos eventos cruciales: primero, la muerte de su querido padre, Pyerre Eyquem; y segundo, la pérdida de su amigo poeta Etienne de la Boétie. Dedicándose a la publicación de traducciones y de trabajos en honor a sus afectos cercanos, Montaigne irá trascendiendo en su búsqueda interior desde 1572 a 1590, período en el cual comienza y termina toda su obra. “He hecho lo que me proponía, puesto que todo el mundo me reconoce en mi libro, y reconoce mi libro en mí”, dirá. (T.III.p. 81)
CAM, 2010