David Lynch: el cine de lo grotesco
Acercarse a las películas de David Lynch es acercarse a los predios de lo onírico, lo fantasmal, lo insondable. Todavía no he podido sacarme de la mente el sonido abismal de Eraserhead (Cabeza borradora): un zumbido salido desde lo más profundo de la tierra. Allí Henry Spencer vive como en un sitial misterioso y borroso, en una ciudad solitaria y llena de maquinarias inmensas. Lo que más recuerdo es que existe un dolor en toda la película que me atormentaba, como si el ingenuo Henry estuviera destinado a sufrir el terrible furor de aquella realidad.
Lo angustiante es que no podemos dar con alguna explicación factible frente lo grotesco. Yo mismo me convencí de ésta imposibilidad. ¿Logramos explicar los sueños? ¿Debemos encontrarle sentido a los sueños? Es nuestro afán racionalista el que nos impulsa, en todo caso. Sin embargo, en el cine de Lynch, escapa a la razón, a la voluntad de la verdad: el surrealismo.
Recientemente vi otra de sus películas de culto: Lost highway (Carretera perdida). Lo que más me perturbó al verla fue su tensión oscura. La acostumbrada visión borrascosa; la confusión de despertarnos y entrar en una carretera oscura, sin saber a ciencia cierta si es vigilia o… La pasión, el deseo carnal, la lujuria, ligada con la desconfianza y el recelo, le dan un toque terrenal al misterio de Lynch. El dolor –para algunos lo único real que existe- se evidencia en todo momento, sobretodo el dolor que se padece miserablemente, sin explicaciones, un dolor que se estable como fuera de control, quemándolo todo a su paso, sin salidas posibles.
El dolor es tal que reencarna en cualquiera, en especie de una maldición impuesta. Primero es Fredd Madison el elegido –un jazzista estupendo que toca en bares nocturnos-; luego, como parte de la transmutación luciferina, el testigo maldito lo toma el joven Pete Dayton –un mecánico virtuoso que trabaja en un taller citadino-. Dos mujeres que parecen ser las mismas, encarnan el pecado: la primera es Renee Madison y la segunda Alice Miller; pero allí el misterio: parecen ser la misma y al mismo tiempo no. El mensajero del dolor lynchiano más visible para mi lo encarna el sujeto sin nombre, sin cejas, con ojos penetrantes: verlo espanta. “Ya nos conocemos”, dice éste hombre, que se abalanza con toda su carga de oscuridad.
Finalmente, deseo agregar aquí las propias palabras de Lynch, respecto a su propia creación: "Es peligroso explicar como es una película. Si las cosas se vuelven demasiado especificas, el sueño desaparece. A veces ocurren cosas que te abren una puerta, que te envuelven y consiguen hacerte sentir algo más grande. Al igual que ocurre cuando la mente se ve envuelta en un misterio. Es un sentimiento inquietante. Cuando hablas sobre cosas, a menos que seas poeta, algo grande se convierte en otra más pequeña. [...] no me gustan las películas que pertenecen a un único género. Lost highway es una combinación de estilos: terror, thriller... pero básicamente se trata de un misterio".
CAM, 2007