Y lo vimos volver. Soda Stereo estremeció Caracas



Todo empezaba a ser real aquellos primeros segundos: riffs de guitarra, zarpazos graves de bajo y un golpeteo nítido de batería eran los primeros indicios de algo verdaderamente sorprendente. No podía creerse tanta potencia en aquellos treinta segundos. Bastó un grito animoso del cantante en la oscuridad del escenario para echar por tierra toda incredulidad: “¡Hola Venezuela, es hora de jugar juegos de seducción!”. Inmediatamente, bajo una gama de luces y envueltos en una niebla onírica, las miradas de miles de espectadores percibían en carne propia la realidad de aquello. En respuesta masiva aquella invitación, un rugir multitudinario hizo estremecer el recinto. Era cierto: Soda Stereo volvía como en los viejos tiempos.

I. Y mientras esperamos…

El Hipódromo de La Rinconada abriría las puertas a las 3 de la tarde. Buen sol y buen clima para pasarla bien; a las afueras del Poliedro vendedores de franelas, gorras, afiches y jarras con el logo de Soda Stereo; los encargados de la seguridad y de la organización del evento brindaron cuotas de poca planificación en los accesos al escenario; lograda la entrada al Hipódromo y luego de caminar un trayecto interesante en fila india, nos encontramos con música de fondo, abastos de bebidas y puestos de primeros auxilios. Todo estaba listo: sólo era necesario esperar.


Poco a poco se llenaba el recinto. Unos hacían el intento de comprar cervezas; unos se tomaban fotos para recordar la velada; y otros esperaban encontrarse –entre aquel mar de gente- con sus compañeros y familiares para disfrutar juntos el gran concierto. Más de uno se vio afectado por la falta de cobertura de las líneas telefónicas, situación que haría difícil comunicarse hasta por mensajes de textos. Mientras ocurría esto, la noche se apoderaba del cielo caraqueño y una brisa fría proveniente de los altos mirandinos nos azotaba. De pie, agarrando sitio desde a las 8 de la noche comenzamos a disfrutar de unos micros humorísticos bien curiosos a través de dos pantallas inmensas colocadas en el lado derecho e izquierdo de la tarima.

Se trataba del Show de Peter Capussotto y sus videos. Con un acercamiento de cámara, veíamos la silueta de la Mona Lisa hablar por boca de Capussoto -comediante argentino- y nos adentrábamos como en una especie de una galería de arte, donde a los lados de la Gioconda estaban Hendrix, Joplin, Lennon, y Morrison. La misteriosa Mona Lisa, haciendo reír por el contraste que producía su postura firme y su boca saltarina, nos invitaba de esta manera: “El rock se niega a ser una pieza de museo; abandonando cualquier intento de ser colgado de una pared, el rock se libera y corre en pelotas, buscando su propia libertad; hoy en este estadio toca Soda Stereo, y mientras los esperamos, miremos un poco para ver de qué se trata esto llamado rock and roll”.

De esta manera comenzaban los videos del comediante polifacético. Los videos que más harían reír sería el de Juan Carlos Pelotudo, el pibe argentino que se vuelve loco a intentar tocar De música ligera; el de Roberto Kennedy, el que según la promoción del micro ofrecía su más reciente LP “cantando música disco en un inglés de mierda”; y la promoción de los videos inconclusos Beto Quantró y su tema “Algo está por pasar, algo está por venir”. Logró hacernos reír, sin duda, y hizo la espera de pie un poco insospechada. Pronto comenzaría la furia…

II. Caracas es la ciudad de la furia



De pronto los faros que desde la consola de sonido alumbraban el espectro a distancia, se apagaba abruptamente. Los alaridos no se hicieron esperar. Unas siluetas tomando sus posiciones en el escenario producían los primeros gritos. Flashes de todas partes iluminaban misteriosamente el recinto. Una niebla salía desde los cimientos de la tarima. No cabía dudas: comenzaba de esta manera el concierto más esperado del año 2007 y quien sabe si de toda la década.

En efecto, Soda Stereo abrió la noche en dos con sus Juegos de Seducción: a las 9:10 pm. Allí se nos presentaba todo el entarimado; lo componían seis pantallas de LCD, colocadas justamente detrás de cada integrante, buscando dar una perspectiva gigantesca del trio Cerati-Alberti-Bosio, enfocando el rostro y las ejecuciones de los rockstars. Pero no sólo quedaba allí el asunto: un complejo de luces de última generación ubicado también estratégicamente encima de cada integrante, iluminaba y resplandecía el escenario; a primera vista creíamos que eran gigantescos ventiladores, pero al encenderse comprendimos que se trataban de tres circunferencias de cristal, que moviéndose y mutando su forma, le daban la atmósfera adecuado a cada tema. Simplemente alucinante.

Luego de Juegos de Seducción, el trío cantaría exactamente lo estipulado en su set list en este orden correlativo: Telequinesis; Imágenes Retro - (Telarañas); Texturas; Hombre al agua; La ciudad de la furia; Picnic; Zoom; Cuando pase el temblor; Final caja negra; Corazón delator; Signos; Sobredosis de TV; Danza rota; Persiana americana; Fue; En remolinos; Primavera cero; No existes; Sueles dejarme sólo; En el Séptimo Día; Un millón de años luz; y Música ligera.

Luego de una pausa de cinco minutos y apagadas las luces, el trío se tomaba un descanso para cambiarse el vestuario. Al grito de Soda, Soda, oehhhhh oehhhh oehhhhh oehhhhhhhhhhh, imitando el grito guerrero de los pibes argentinos en el Ultimo Concierto de 1997, los músicos salieron a oscuras. Cantaron, Disco eterno, Cae el Sol y Prófugos, trío de temas disfrutados al máximo. Resaltó los sombreros que tanto Cerati y Bossio cargaban ahora. Ya la bebida y el grado de alcohol en Cerati estaba pegando certeramente: “Vamos a alzar esas manos divinas, Venezuela”.

Otra pausa. Y el público entonando seguidamente –pero de manera desganadas en mi opinión- el grito de guerra, Soda Stereo decidió salir. “Como no se fueron…”, dijo Cerati, riendo otra vez al público. Cantaron finalmente Nada personal y Vitaminas, temas enérgicos y muy movidos. Así concluía tres horas de una cátedra de buen rock, donde aproximadamente 45 mil personas de todas las edades –treintones, veinteañeros, y hasta de menos edad- vieron establecer la verdadera furia citadina: Y lo volvimos a ver.


III. Cerati, Alberti, Bosio, y compañía sterofónica…


Pasemos analizar las virtudes del trío por separado. Gustavo Cerati –trajeado con una camisa, pantalón ajustado y botas de vaqueros negras- hizo de las suyas. Las seis cuerdas estuvieron –como nos tiene acostumbrado en su carrera solista- afinadas y magistralmente conducidas. Poderosos riffs, agitadas maniobras, y alucinantes solos demostraron que Cerati es uno de los guitarristas más sólidos del rock latinoamericano. ¿Cómo olvidar los solos de Signos y Persiana Americana, de Texturas y Corazón Delator? Pero el climax ceratiano llegaría con el tema Sueles dejarme solo, cuando en una rabieta destruyó la guitarra contra el amplificador; ¡tanta y tanta energía que, estando la guitarra en el suelo, con una patada y de espaldas, logró sacarle una nota rítmica y de sentido!

Cerati fue el más efusivo y el único que compartió con el público; claro, se notaba el tono aguardentoso que cargaba encima, cosa que le daba más naturalidad al asunto. "Es la primera vez que estoy en Caracas y hace algo de frío. Es el recalentamiento global a la inversa", dijo a comienzo del recital. También recordaría uno de los conciertos de los años 90, cuando se presentaría en el Poliedro: "¡Cuantas cosas pasaron ahí dentro!", dijo señalando con su mano izquierda al Poliedro que en el fondo observaba imponente. Y cuando se proponían a tocar En la ciudad de la furia diría: "Qué día hoy, Caracas. No sólo Buenos Aires es la ciudad de la furia".


Zeta Bosio estuvo brutal en la ejecución del bajo. Seguido por Cerati, era el más activo en tarima: brincada desde el estrado de la batería, se montaba encima de las cornetas, y daba vueltas sobre sí mismo como en los viejos tiempos -con la diferencia de que para entonces su cabellera era abundante y muy larga. No recordar el inicio de Hombre al Agua sin la potencia grave del bajo, es no apreciar la virtud apremiante de Bosio. No hablar de Picnic en el 4B, donde el compás del bajo nos martillaba los oídos. Potencia inconmensurable, sin duda, que le daba compactividad al sonido estereofónico.

Charly Alberti no se queda atrás. Él siempre se ha caracterizado por su poco hablar. Pero no le quita méritos a la hora de ejecutar las baquetas, los platillos y los pedales. Siempre lo ha demostrado. Cabellera teñida y mostrando toda su energía detrás de la batería, Alberti le dio la limpieza y la base rítmica a la banda. Seguidillas impecables, remates afilados, y estallidos bien potentes nos trasmitió de comienzo a fin. ¿Cómo olvidar su invitación el Hombre al agua a subir las manos y llevar el ritmo con las palmas? En canciones como Persiana Americana, Te hacen vitaminas, De música ligera, Cuando pase el temblor, se percibió la agudeza de Alberti, aunque se vio el cansancio y el desgaste. Y es que la edad no pasa en vano para ninguno de los tres.

También participarían en el concierto tres músicos que han acompañado a la banda a través de 20 años de carrera artística, impulsado y dándole valor esencial al sonido stereofónico. Estos serían Leandro Fresco y Twiggy González en los teclados, y Leo García apoyando en los acordes básicos de guitarra. Cerati lo haría pasar al frente del escenario por separado, jugando con los objetos del público –un sostén, una calzoncillo y un boxer grandísimo-. “Vaya, que tamaño de calzoncillo, es tan grande como el XXXL del talento de estos músicos (los de la banda)", diría.


IV. ¡Gracias Totales!

Después de cantar 28 temas, Soda Stereo se despediría del escenario venezolano. La retirada fue, por vez primera, dulce y nostálgica. Una espiral de sentimientos despertaría aquello. Se podía sentir el sentimiento de satisfacción de cada uno de los asistentes: sonrisas, lágrimas, y el indicio de que aquello era parte de un mito tan cercano.... Y es que la impresión de ver tocar a Soda Stereo de nuevo transitaba por los caminos de la naturalidad, de disfrutar de una agrupación y de un símbolo musical que parecía nunca haberse separado.

Sólo las grandes bandas pueden producir esto en la cultura musical. Lograr calar en dos y casi tres generaciones de latinoamericanos así lo demuestra. Cerati, Alberti, y Bosio, integrantes de un conglomerado de sueños y vivencias, de símbolos y sensaciones, que reencarna en todo el continente como si fuese sido ayer aquel Último Concierto de 1997, donde Cerati se despedía con el sonoro “gracias totales”.

Frase que no hizo falta que el cantante de Soda Stereo la pronunciara: ya ese gracias está tan arraigado en cada uno de ellos y en cada uno de nosotros que el silencio y la mirada solamente basta para expresarlo. Argentina, Chile, Ecuador, Perú, México, Estados Unidos de Norteamérica, Colombia, y Venezuela, han sido testigo de este avasallante “Me verás volver 2007”, que como terremoto ha impactado todas las taquillas. Una gira especial que, separando los motivos y prejuicios de la vuelta, demuestra como una banda sobrepasa los límites generacionales.

Sobrepasando modas, sobrepasando a etiquetas que generaciones tienden darle a las legendarias bandas, sobrepasando esto y mucho mas, Soda Stereo volvió, y demostró que pueden darse el lujo de tocar como suspendidos del tiempo: con la misma frescura, el mismo mensaje, saltando de una década a otra, siendo ellos mismos. “Gracias Venezuela por el amor… ¿tardamos mucho?”, preguntaría Cerati. Ya cada quien tiene la respuesta.

CAM, 2007

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