Los Sopranos. SegundaTemporada (2001) HBO

“Somos soldados. Es un negocio”

Cuando Tony Soprano se describe así en esta sentencia, certifica los nortes de la Cosa Nostra: honor, lealtad y familia. No sólo la Dra. Melfi quedará perpleja ante la argumentación radical de su paciente, sino también los miles de seguidores de esta serie que en esta segunda temporada irá profundizando su drama. Iracundo y potente, Tony explaya los hilos culturales e históricos de su modo de vida: la tradición italiana en la sociedad norteamericana del siglo XXI. Una tradición férrea que se va moldeando rápidamente frente a la influencia política y cultural de la llamada “globalización”, bandera irrefutable del capitalismo.

Tony no se considera criminal en el amplio sentido de la palabra. “Somos soldados. Los soldados no van al infierno. En la guerra los soldados matan a otros”, dice. A su parecer, son más criminales históricamente un Morgan o un Ford, que construyeron mecanismos de explotación y de tráfico de influencias no sólo económicas, sino políticas en la historia norteamericana. Si aquellos magnates construyeron sus imperios, Tony se pregunta legítimamente, ¿por qué mi familia no puede seguir armando el suyo? Imperio que se alimenta del sufrimiento del Otro. El anzuelo es la amistad; la carnada, protección. El ejemplo de David Scatino así lo describe en esta temporada; un hombre que pierde su tienda deportiva y su propia familia por entrar en el juego ejecutivo de póker que Tony controla clandestinamente. Dos resultados posibles: uno, llevarte a la ruina completa; y dos, que termines en el fondo del lago de Newark para nunca más volver.

La dra. Melfi contra la pared

Atrapada. Así se nos presenta la Dra. Melfi en esta entrega de trece capítulos de Los Sopranos. Luego de dejar su consultorio por consejo de Tony en la pasada temporada, la terapeuta tendrá que atender a sus pacientes en un motel a las afueras de Jersey. Su familia se entera que tiene un paciente mafioso. La consume la rabia: por la mudanza imprevista una de sus pacientes con tendencia suicida se mata. El cargo de conciencia la lleva a odiar momentáneamente al Boss. A través de un sueño lo ve muerto en un aparatoso accidente, víctima de un ataque de pánico.

Elliot P., un colega sicólogo, la ayuda a rebuscar en su inconciente los motivos de su afección sentimental. Ella siente que abandonó a Tony; lo ve como un niño violento que necesita de su ayuda profesional. Pero en el fondo, lo que descubre es otra cosa: se siente atraída por él. Aquello que la atrae es la excitación del miedo que le provoca. Se ve apabullada por la ira de su paciente, y la hace vivir en cada consulta una experiencia aterradora pero al mismo tiempo afectuosa. “Él es mi responsabilidad. Me da miedo y me repugna lo que pueda decirme. Pero no puedo dejar de querer oírlo”. De doctora pasa a ser paciente: los papeles se inviertan puertas adentro del consultorio.

Richie Aprile: la piedra en el sangriento zapato

Luego de pasar unos años en la cárcel, Richie Aprile llega al drama familiar para dejar huella. Su cara es violenta; sus gestos, desquiciados. Mirada fría y calculadora, se aproxima más a un vaquero del lejano oeste que cualquier otra cosa. Su divisa: el respeto y el honor por encima de todo. Es la etiqueta más fiel de la Vieja Escuela. Por ser hermano del Jackie Aprile, el jefe anterior de New Jersey, se cree con privilegios legítimos. “Yo sólo quiero lo que es mío”, le exige a Tony. “Yo soy el puto jefe ahora…El que exige respeto da respeto”, le responde aquel.

En esta dinámica de poder, Richie entabla su propia destrucción; se inmiscuye en negocios ajenos, vende cocaína y extorsiona a personas protegidas por el Boss. Se apoya por momentos en Junior Corrado, brindándole su fidelidad para cualquier misión gansteril. En el camino, se encuentra con un amor lejano: Janice Soprano, hermana mayor de Tony. Quiere tomar las riendas. Desea tumbarlo y autoproclamarse como nuevo líder. “Odio la puta forma en que me obligas a controlarte”, le grita Tony, cara a cara. Sin embargo, la confrontación llega a extremos inaguantables en el capitulo 12. En el Bada Bing, y teniendo de fondo el tema Memory Remains de Metallica, Tony y Silvio Dante deciden qué hacer con la piedra en el zapato. “Creo que no ganamos nada con tenerlo por ahí”, suelta Silvio, con su rostro asesino de siempre. “Sólo hazlo”, aprueba el Jefe. Sin embargo, otra persona asumirá esa tarea…

Janice Soprano: “Has venido por los despojos”

Cuando Janice se aparece con sus maletas en la mansión de la familia Soprano, una fuerza provocadora nos rapta en esta segunda temporada. Aproximadamente de unos 46 años de edad, Janice es una mujer enérgica, fresca, desenfadada. Es una mujer bohemia; frente a la tradición católica de su familia, se aferra a otras búsquedas espirituales, como por el ejemplo el hinduismo. Cabello alborotado, rostro redondo, sonrisa amplia, manos inquietas, prendas setentosas: esa es la Janice de la primera impresión. Hace veinte años que había roto contacto no sólo con Tony, sino con su madre Livia, yéndose a viajar a la India unos años y radicándose después en la fría ciudad de Seatle.

Es a partir de ese dato que se empieza a revelar su otra cara: la manipuladora, la rencorosa, la maquiavélica. En el fondo, en ella corre la sangre iracunda de la familia. Con el pretexto de cuidar a su madre, quiere obtener cualquier indicio de herencia disponible. Livia, la mata del sarcasmo, le suelta: “te conozco, Janice, no me engañas”. De a poco va obteniendo lo que deseaba: la casa y el carro de su madre. Entabla una relación amorosa con Richie Aprile, el dolor de cabeza más persistente de su hermano menor. “Has venido por los despojos. Tienes grandes bolas en venir aquí”, le grita Tony. Pero la verdadera Janice se nos revela crudamente en el capítulo 12, cuando asesina de dos disparos en el pecho a su prometido Richie, luego de que éste le recetara un golpe en la boca en la sala de la casa. La inocultable Janice Soprano: el instinto criminal.

“¡Quiero la voz grabada de Tony!”

Cuando Tony baja la rambla de su casa a buscar el acostumbrado periódico en el primer capítulo, se encuentra con una sorpresa: Pussy Bompensiero estaba de vuelta. Se inicia el misterio, la sospecha. Aun ronda en el Boss el dato que el detective Makasian, miembro del departamento de policía de New Jersey, le había filtrado en la primera temporada: Bompensiero le había estado pasando información a los federales. Esa imagen, abonada con la desaparición de Pussy por unos meses, ronda la mente ajetreada de Tony. Sin embargo, dándole un voto de confianza por ser uno de los hombres más productivos del clan, entra de nuevo en el negocio.

Lo que no sabe Tony es que aquel se ve a escondidas, en efecto, con un miembro del FBI en distintos sitios de Jersey. Se puede sentir las manos sudorosas y el pulso acelerado de Pussy en esos encuentros con el detective. Si no coopera lo esperan 30 años de cárcel. ¿Qué sabes? ¿Cuál será el próximo golpe? ¿Qué sabes de la desaparición de Baresse? Un régimen inquisitivo lo invade. El detective, en una escena dramática, le suelta rabioso: “¡Quiero la voz grabada de Tony Soprano! ¡Grábame a Tony, puto gordo de mierda!”. Micrófono en el pecho, asiste a la casa del Jefe el día de la confirmación de Anthony Jr; el resultado no se hizo esperar: Pussy explota en llanto por la presión existencial en la cual se encuentra. Sin embargo, su sufrimiento pronto será saldado.

El pez que canta su propio final

El desenlace de esta segunda entrega es magistral, obra del experimentado guionista norteamericano David Chase. De una fuerza simbólica que raya en el surrealismo, el último capítulo es la resolución de la sospecha de Tony Soprano respecto a su capitán Pussy Bompensiero. Lo interesante es el recurso con el cual Chase busca el final: los dédalos de lo onírico, de lo inconciente. A través de la intoxicación por el pescado mal cocido, Tony irá obteniendo a través de siete sueños consecutivos la revelación del traidor. Siete experiencias simbólicas en donde se mezclan deseos sexuales y miedos espirituales, ruidos incómodos e imágenes controversiales.

El pescado intoxicante no sólo asume el papel de la enfermedad –el vómito y la diarrea- sino tambien la voz de la realidad. En cada uno de los siete pasajes oníricos, Tony va soltando una inquietud: “¿Dónde está Pussy?”. Su falta, agranda la sospecha y dirige con más fuerza el dictamen. Entre la preocupación de Carmela, del Dr. Cusamano y del chef Artie Bucco, Tony se muestra sudoroso, padeciendo los retorcijones de la verdad. En el sueño final, el Boss se encuentra con el pescado intoxicante en el mostrador de una pescadería costera. Por su boca habla el traidor: Bompensiero. “Sabes que he cooperado con el gobierno, ¿cierto Tony? Tarde o temprano había que afrontar los hechos”, le confiesa. “¿Cuánto le has contado?”, pregunta Tony frunciendo el ceño. “Mucho”, contesta. “Vaya manera de terminar todo, ¿eh Pussy?”. Lo demás ya estaba cantado. Al ver el cadáver envuelto en bolsa negra, cargado por Silvio, Paulie y Tony y soltándolo al mar, queda en nosotros una de las sensaciones más interesantes que esta serie nos provoca: el código de honor, la justicia, la fidelidad, la verdad, el asesinato, la vida, la muerte…

CAM, 2010.

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