Gaston Bachelard: En defensa de la imaginación


“Yo creo que la imaginación humana no ha inventado
nada que no sea cierto en este mundo o en los otros”

Gerard de Nerval
“El espacio llama a la acción, y antes de la acción la imaginación trabaja. Siega y labra. Habrá que contar los beneficios de todas esas acciones imaginarias”
Gaston Bachelard

I

Luego de dejar atrás el frío laboratorio, los cálculos infinitesimales en el viejo pizarrón y de meter en el armario la aséptica bata, supo nuestro autor que había de cambiar para siempre. La decisión era definitiva. Atrás dejaba sus títulos de matemática, física, psicología y filosofía para internarse en otras búsquedas de conocimiento ya no tan exactas. Acostumbrado a las elucubraciones filosóficas de la ciencia, nuestro autor nacido en la ciudad francesa de Bar-Sur-Aube, decide, haciéndole caso a su insaciable sed de respuestas y a la angustiosa realidad de su época, fundar una filosofía de la poética, es decir, una filosofía de la imaginación. Surge así uno de los pensadores más influyentes de la filosofía del siglo XX: Gastón Bacherlard (1884-1962).

Bachelard erigió un sacrificio portentoso: saltar del racionalismo científico a los campos metafísicos de la imagen o, como él mismo la bautizaría, la fenomenología de la imaginación. Se propuso cambiar los métodos científicos de observación: exactitud, comprobación, método, resultado… Del racionalismo científico pasaría a la reflexión filosófica de lo intangible, de la imagen poética.En sus trabajos El nuevo espíritu científico (1934) y en La formación del espíritu científico (1938) Bachelard profundiza los cambios paradigmáticos y epistemológicos del pensamiento moderno. En concordancia con Thomas Kuhn, nuestro autor creía que los cimientos de la ciencia requerían una ruptura con los métodos del pasado. Había que innovar y avanzar en la búsqueda de nuevas respuestas, pero desafiando y venciendo los hábitos racionalistas del método científico.


Tal era su proposición: encontrar “la acción de los valores inconcientes en la base misma del conocimiento empírico y científico”. ¡Vaya meta! Intención que hacía patente una profunda crítica a las nociones de la física moderna: no cree en la llamada objetividad del sujeto observador frente al objeto observado; en este sentido la teoría del físico alemán Werner Heisenberg – Principio de indeterminación de Heisenberg- echaba por tierra al método de observación moderno, donde el observador modifica lo observado. Ya se venia comprobando la crisis de la filosofía mecánica que pretendía reducir todo a figura y movimiento. Bacherlard no hace sino buscarle a estas fisuras epistemológicas nuevas posibilidades de comprensión de los rasgos inconcientes del conocimiento científico.

Estudiar las nociones inconcientes del científico o del observador en cuanto al objeto no con el aparataje psicoanalítico freudiano, midiendo las condiciones o limitaciones psíquicas; al contrario, Bacherlard intenta buscar en este lazo entre el sujeto contemplativo y el universo expectante, una convicción mucho más profunda: la imagen como productora de la realidad, la imagen como génesis del pensamiento. Y es que la llamada realidad es también una construcción efectuada desde las imágenes. Para nuestro autor la imagen poética recobra uno de los sentidos más sublimes del espíritu humano detrás de la angustiante realidad. En el poder poético de la imaginación reside el camino de la nueva filosofía. En la imagen poética recae la expresión primigenia del ser. Antológicamente hablando, busca en el lenguaje la dinámica que efectúa la realización de la realidad. Del logos parte todo y de allí que la imagen poética reciba el más importante objeto de estudio; su novedad esencial plantea el problema de la creatividad del ser que habla.

“La poesía es un alma inaugurando una forma”, dice Pierre-Jean Jouve, y Bachelard evocando esta frase hila algo capital: “El alma inaugura. Es aquí potencia primera. Es dignidad humana. Incluso si la forma fuera conocida, percibida, tallada en ‘los lugares comunes’, era, antes de la luz poética interior, un simple objeto de estudio. Pero el alma viene a inaugurar la forma, a habitarla, a complacerse en ella”. Fenomenología del espíritu. Fenomenología del alma. Conciencia soñadora. Ensoñación poética. ¡Cuán profundas interrogantes! Buscar en ese surgir de la imagen la presencia del alma: observar “microscópicamente” sus destellos, sus matices, sus fugacidades.

II


“El hombre es mudo, es la imagen la que
habla. Porque es evidente que la imagen
sola puede sostenerse al mismo paso
que la Naturaleza”

Boris Pasternark

“El mundo es mi imaginación”
Arthur Schopenhauer

Resulta emocionante evocar aquí la defensa que hace Bacherlard de la imaginación. Convertido en un verdadero soñador de palabras, este pensador francés erige una filosofía propia para hacerse a un lado de los escollos racionalistas o, como bien lo dice, de ese “espíritu positivo” que adormece el vuelo poético. Su fenomenología de la imaginación hace patente la comunicación con la conciencia creante del poeta. Este tesis tiene su principal aliada en el poder evocativo de la imagen, en su fuerza imaginante, en su profundidad intuitiva. La importancia recae en poner con respecto a la imagen poética, “el acento sobre su virtud de origen”, es decir, “captar al ser mismo de su originalidad, beneficiándose así de la insigne productividad psíquica de la imaginación”.

Llegamos a un punto interesante: ¿por qué estudiar la imagen poética a través de un poeta? Imprescindible resulta la figura del poeta. En el poeta se enternece la alquimia de la palabra, esa confrontación del lenguaje puro que lucha por ser escrito dada la situación espiritual determinada. Los poetas logran extraer de las fuerzas vivas del lenguaje los signos primitivos del psiquismo humano. Y he aquí unas de las razones que Bachelard resalta: porque el poeta salta e irrumpe la denominada función de lo real –función que nos obliga a mantenernos fiel a la realidad- y trasciende a su otro ente vital: la función de lo irreal. En esta ultima, es digno acotar, el poeta se libera de la parafernalia de lo real y a través de la ensoñación poética rescata el poder imaginante de la memoria vital, proporcionándole una absoluta libertad. “La ensoñación nos permitirá –a punta Juan Carlos Santaella- habitar dentro de un lenguaje que no conoce límites, que no posee fronteras definitivas”. Teniendo en cuenta el valor humano de la contemplación, el poeta reexamina los supuestos de su realidad y entra en la espiral liberadora. Ensoñando, contemplando, imaginando, soñando palabras, en fin, Bacherlard ve en la figura del poeta su principal testigo de ese ser imaginante que tanto le hace falta a nuestra realidad.


La aptitud fenomenológica comienza, sencillamente, por la lectura que cada uno de nosotros realiza. Tenemos que sentirnos orgullosos por lo que leemos, participar en el acto mismo del creador. No basta, claro está, con una sola lectura de la obra literaria: es específico releer hasta dar con el sentido que el autor nos propone, y hacer nuestro su problema y plantearnos nosotros su solución. Se debe ante todo tener simpatía, amiga inseparable de la admiración; ésta ultima resulta crucial en el impulso que nos conduciría a un mayor provecho del goce fenomenológico de una imagen poética. Y es que la menor reflexión crítica detendría este impulso, situando al espíritu es posición secundaria, lo cual destruiría la primitividad de la imaginación. “En esta admiración que rebasa la pasividad de las actitudes contemplativas, parece que el goce de leer sea reflejo del goce de escribir como si el lector fuera el fantasma del escritor”, apunta Bacherlard. ¿Quién no se ha iluminado leyendo un verso y corre a subrayarlo, emocionado como si recibiera una señal oculta? De eso se trata. Allí, en esa frase, en ese verso, reside el milagro creador: la vida efímera de una expresión, del lenguaje. ¿No notamos cuánto nos conmueve? ¿No sentimos ese estremecimiento espiritual? La palabra cobra vida, efectivamente.

Si la palabra nos conmueve, si la palabra sueña, si en ella la imagen poética nos invita a continuar el ensueño que la ha creado, hay que asumir la meta de vivir en ella. Y vivir en la imagen contempla que rebusquemos en ella su estado primigenio, que habitemos la imagen de la primera vez; habitar la imagen como si se tratara de un acontecimiento súbito de la vida, un suceso imprevisible. “Cuando la imagen es nueva, el mundo es nuevo”, dice Bachelard. Se dirá que suena algo disparatado esto, pero el llamado es más que convincente: ir desmontando los caducos valores de la observación científica, esa cegante objetividad que detiene todos los ensueños de la imaginación. Y aquí nuestro filósofo asume el valor de retratarse basándose en su propia experiencia como científico de laboratorio, cuando afirma que para el científico la observación de la “primera vez” no existe y que prefiere la observación de las “varias veces”. Merece la pena, para el científico digerir primero la sorpresa ante la primera imagen.


A sabiendas que la imaginación es la facultad más natural que existe, teniendo en cuenta que todo proyecto imaginario –unión entre imagen y pensamiento- supone, ante todo, un anticipo de la realidad, nuestro autor nos invita a revivir la imagen poética y dar, en palabras de Octavio Paz, el salto a la otra orilla del ser, a la recreación del instante original. Haciendo una férrea crítica tanto al psicólogo, al filósofo y al crítico literario – se desmarca de estas tres en reiteradas ocasiones, en efecto- Gaston Bachelard va defendiendo con suma inteligencia y lucidez la fenomenología de la imaginación. Y es que refiriéndose al psicoanalista enfrentado a la validez de la imagen, dice que no ven no más que vanidad y un juego inútil en ella; ve en el nuevo ser originado en la imagen algo de poco valor, no queriendo ver iluminado y feliz al hombre que la redescubre.

Ineludible dejar pasar por alto este fragmento: “Feliz en palabras, por lo tanto desdichado en hechos, objetará en seguida el psicoanalista. Para él, la sublimación –estado de éxtasis surgido de la imagen- no es más que una compensación vertical, una huida hacia la altura, exactamente como la compensación es una huida lateral. Y en seguida, el psicoanalista abandona el estudio ontológico de la imagen; excava la historia de un hombre; ve, revela los padecimientos ocultos del poeta. Explica la flor por el fertilizante”. Arqueólogo de la imagen, Bachelard echa por tierra los preceptos del psicoanálisis y propone una defensa irrefutable del ser imaginante, del poema como una realidad tangencial y palpable del alma.


CAM
2006

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