George Steiner en la Av. Baralt
Hace dos años compré en la Ciudad de México el libro de George Steiner titulado Literatura y silencio. Ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo inhumano (1982). Desde que se bajó del avión conmigo había estado esperando en la biblioteca al lado de otros libros en cola. Hoy lo saqué a pasear en mi morral. Siempre salgo con uno para hojearlo con el deseo de saber si estoy preparado o no para leerlo. Logré abrirlo en el fragor ruidoso de la avenida Baralt. Milagro: logré leer, no sin esfuerzo, el prefacio.
Me quedó
una idea interesante que vierto aquí del escritor francés: “Mi propia
conciencia está dominada por la erupción de la barbarie en la Europa Moderna;
por el asesinato masivo de judíos y por la destrucción, con el nazismo y el
estalinismo, de lo que trato de definir en algunos ensayos como el genio
particular del ‘humanismo centroeuropeo’. No exijo ningún privilegio especial
para esta abominación; pero se trata de la crisis de una esperanza racional y
humana que ha moldeado mi vida y que me concierne de manera más inmediata”. Entiendo
que Steiner realiza un paneo integral de la tradición literaria para auscultar
los problemas de nuestra contemporaneidad histórica: el vacío espiritual, el
temblor de los cimientos culturales, los borrones de la identidad en franca
ventana hacia el siglo xxi. Tal
invitación me cautivó. Pero me bajé corriendo del autobús y tuve que cerrarlo
de golpe.
Por cosas
de la vida le enseñé a un amigo mío este libro. Lo hojeó y me habló maravillas
de Steiner; aunque me confesó que más le gustaba la prosa de Harold Bloom.
“Steiner es mesurado; Bloom, es pasional y sarcástico”, me dijo con sencillez.
Creo que tiene razón. Leí un libro de este crítico neoyorkino hace ya dos años titulado
¿Dónde se encuentra la sabiduría? (2004).
Era como entrar en diálogo con Shakeaspeare y Montaigne, con Nietzsche y Freud.
Esa ligereza expositiva, típicamente ensayista, me cautivó. Recuerdo que el
ensayo sobre Montaigne y Francis Bacon me dejó honda huella: rayé casi todos
los párrafos. Bloom es otra cosa; cuestión de estilos, supongo.
Mi amigo
fue a su bolso y me dijo, ya de regreso y quitándose los lentes, Carlos, te voy
a prestar un libro de Steiner, léelo con calma, llévatelo. Algo vi en su gesto.
Es decir, cierta ligereza. Como si el dármelo no le importara demasiado. Diría
que fue desapego. Un dejarlo ir sin
dolor ni celo. Naturalmente, lo agarré. El título: Lección de los maestros (2004).
Yo lo conocía por referencias no tan lejanas. Creía haber leído uno de los
ensayos que integran este título en un taller de ensayo que hice hace años. Mi
amigo me dio la espalda y hoy, en mis habituales lecturas de camionetica, le di
una oportunidad. No pude leer tres líneas seguidas, confieso. Lo hallé latoso y
descortés. Siento que Steiner me estuviera lanzando datos eruditos sin parar. Creo
que la erudición es un abuso. Probablemente, las cornetas de la calle, los
frenazos del autobús y el smog que se escurrió por entre las ventanillas
apoyaron mi repele. Ya lo decía yo: la lectura te elige; aunque vayas en un
camarote lujoso rumbo a la mejor isla paradisiaca; nada es suficiente; siempre
hace falta algo para que la magia te rapte.
CAM
Diario Personal
Caracas, jueves 8 de mayo de 2014.