Mariano Picón Salas: la cultura como salvación
Quien vive de las iluminaciones palpita en el
eclipse de la utopía. Así como Walter Benjamín circunda lo indecible para
tocarlo. La escritura iluminada se centra en los espectros, en los fantasmas.
La alquimia de las palabras en este estado procura la fuerza poética. De allí
que el ensayista establezca una encrucijada mágica que escapa a todo género o
forma textual. El ensayista también tiene la facultad para revelarnos el mundo.
La curiosidad lo mueve a renombrar lo que observa. Entabla múltiples relaciones
para conjurar lo que casi nadie puede ver. Que eso que encuentre sirva a la
sociedad, como el profeta que baja de la montaña a prodigar la palabra. Esa
verdad siempre huidiza, refractaria.
Hispanoamérica tiene en
Mariano Picón-Salas uno de sus iluministas más emblemáticos. El hombre que
conversa con la cultura universal, el escritor que cree en los poderes de la
justicia, el luchador que combate todo mesianismo, el maestro que abre camino
con humildad, el amigo que revela el mañana de nuestros destinos. Picón-Salas
fue a Europa en 1937, en pleno apogeo de los ultra nacionalismos que tanto daño
hicieron a la humanidad del siglo pasado. El maestro tenía esta intuición
crucial: la posibilidad de examinar los cimientos culturales europeos para
usufructuar, desde la perspectiva latinoamericana, los elementos constructivos
de su antigua civilización. Acto animoso querer lanzarse a esa empresa cuando
las alarmas de la guerra cundían por doquier a ambos lados del Rhin. La tarea
era rescatar lo positivo de allá; para pulir y encauzar los destinos de acá.
Mirada que escapaba a todo parroquialismo conformista.
El periplo de Picón-Salas
va en busca de los arquetipos. Camina en busca de los cánones. Pendula por
entre los clásicos. Se inmiscuye en el ritmo, en los olores. Persigue la
ordenación ética. Se detiene en la sensibilidad. Toma muestras de los temores y
angustias. Compara y observa, anota y reflexiona, sin perder de vista su ser
latinoamericano: su verdadero núcleo existencial. Para ello tiene un dictamen:
“La fe en los valores que están más allá de la secta o de la propaganda del
instante, la consideración o –si se quiere– el sueño de un arte, una ciencia y
una filosofía que desde lo meramente temporal se proyecte hacia más fijos
valores humanos, continua siendo a pesar de las guerras, las crisis y los odios
de nuestra edad, el supuesto de toda idea de Cultura”. Es la Cultura el
cimiento de toda vida, por más que el capital y el poder nos sigan
atormentando; en ella está el patrón de nuestros destinos: la salvación de la
humanidad.
Cuando se detiene en los
márgenes del Sena, el venezolano reaviva el ayer y el hoy como su contemporáneo
Walter Benjamin. Al hacerlo, Francia se abre en múltiples facetas. Las sombras
salen de los rincones, para darle vida a los libros y a las estatuas de las
Tullerías. Justo en ese instante, Picón-Salas estampa esta iluminación sobre la
conciencia gala: “Nación donde reina la continuidad, donde los muertos siguen
hablando a los vivos y el hombre es a pocas veces un incomprendido, porque se
injerta en una ya definida familia de espíritus”. Los muertos hablan para
seguirlos, para emularlos; pero también para superarlos, renovarlos. Con la
garantía de que esos fantasmas siempre van a estar allí. Si nos perdimos,
pulsarán para que lleguemos hasta el hilo. Así es Francia, la tierra de la
eterna revolución.
¿Qué pasaría si siguiésemos
a Simón Rodríguez? ¿Quién nos escondió a Andrés Bello? ¿En dónde está Cecilio
Acosta? ¿Por qué hemos olvidado a Enrique Bernardo Núñez? Pienso en buscar esa unidad con mis
mayores. Pero tanta espuma de mar, tanto ruido temporal me separan de sus espíritus.
Suelo pensar que la incomprensión es nuestra naturaleza latinoamericana. Y la
incredulidad, nuestro pecado mortal.
CAM
Diario Personal
Jueves 25 de abril de 2013.