El Cervantes de Borges
Releyendo mis fichajes sobre Borges
encontré una frase del poeta francés Mallarmé que el argentino utiliza en su
famoso ensayo Del culto a los libros:
“El mundo existe para llegar a un libro”. [Otras
inquisiciones, p. 167] Entiendo hoy más que nunca esta sentencia. Me veo
correspondido en ella. No sé cómo, pero ha llegado a mi vida el ingenioso
hidalgo don Quijote de la Mancha para aliviar el desastroso estado laboral en
el que me encuentro. Nunca había vivido el desempleo, debo decir. Seguir la
ruta del ingenioso hidalgo bajo este contexto significa un aliciente
espiritual. La forma como apareció para darme fuerza demuestra que la magia
borgiana existe. Porque cada uno de nosotros tiene escrita su vida en las
páginas de un libro…
Quijote
prometido
Leer el Quijote suele estar entre esas
promesas que nos hacemos en vida. Nunca pensé leerlo. Eran más los prejuicios
que me alejaban de él; lo imaginaba inalcanzable, como en otro orden de pensamiento
e ideas. Digo prejuicio, porque muchos piensan que el texto resulta tedioso. Tales
ideas se yerguen desde la educación secundaria. De allí solemos agarrar un
terror a la literatura universal que nos constriñe la realidad a una triste
ceguera. Recuerdo con baches mi primer acercamiento a esta obra en el
bachillerato: había que leerlo, subrayarlo, analizarlo. Pero es tanta la
distancia entre el idioma español del siglo de XVII con el contemporáneo, que
yo simplemente caía en la jugarreta de hacer la tarea y obtener una evaluación
satisfactoria. Viéndolo trece años después, examino la evolución de mi
entendimiento.
La
risotada aventurera
La risa es un estímulo espiritual
invalorable más si viene a través de la literatura. En momentos de decaimiento
de espíritu, el goce literario es como el bálsamo que llega para curar las
heridas. No recuerdo haberme reído tanto a leer una novela; aunque Cien años de soledad le daría una gran
pelea. Las aventuras del Caballero de la Triste Figura promueven la alegría por
sus enérgicas posturas, sea el contexto que sea. Este puede ser uno de los
fundamentos que he bebido deliciosamente al terminar la lectura del primer
libro (1605). Sabemos que Cervantes se burló de la literatura caballaresca; tal
burla resulta trágica, y al mismo tiempo, sobrecogedora. Al mismo tiempo que
nos reímos de las locuras del aventurero y su escudero, el alma se nos llena de
compasión. Es una alegría sencilla, casi inapreciable a vuelo rasante. De
hecho, resulta nutritiva pese a lo trágico de la sátira.
Borges comenta
Borges fue un lector detallista y crítico
de Cervantes. El argentino se afinca en las
“limitaciones retóricas” y en los “perjudiciales epítetos” que abundan
en la obra cervantina. Sin embargo, salva con una distinción que deseo traer
aquí: “Hay escritores -Chesterton, Quevedo, Virgilio- integralmente
susceptibles de análisis; ningún procedimiento, ninguna felicidad hay en ellos
que no pueda justificar el retórico. Otros -De Quincey, Shakespeare- abarcan
zonas refractarias a todo examen. Otros, aún más misteriosos, no son
analíticamente justificables. No hay una de sus frases, revisadas, que no sea
corregible; cualquier hombre de letras puede señalar los errores; las
observaciones son lógicas, el texto original acaso no lo es; sin embargo, así
incriminado el texto es eficacísimo, aunque no sepamos por qué. A esa categoría
de escritores que no puede explicar la mera razón pertenece Miguel de
Cervantes”. [Obra crítica, p. 109]
CAM
Diario Personal
Caracas, 4 de febrero de 2013.