Laureano Vallenilla Lanz: el fantasma
Me pregunto si puedo historiar el instinto apartándolo de la moral. Esta duda surge luego de leer el
célebre libro de Laureano Vallenilla Lanz, "Cesarismo
Democrático". El instinto en este escritor venezolano, teórico positivista,
uno de tantos que sostuvieron al general Juan Vicente Gómez durante veinte
siete años, viene siendo la esencia capital de su obra: la sociología de
nuestros pueblos igualistaristas y anárquicos desde tiempos inmemoriales.
Quiero
quedarme con el instinto, llamarada pasional que se niega a la razón, a la
norma. Cuando me enfrento a ese término, me debato en si de veras estoy hecho
para ser historiador de la violencia; o mejor: ser el pesquisador de las
emociones y sus explosiones en las profundidades de nuestra existencia
colectiva. Atrapar el instinto resulta una operación complicada a los ojos de
la moral. Yo me niego a claudicar ante esta última. Una de las cosas que estimo
de Vallenilla Lanz es su atrevimiento de meter el dedo en la llaga de nuestro
complejo psicológico, esos “móviles inconscientes” de nuestra heterogénea
conformación social. Al hacerlo, le importó un bledo los dictámenes de la moral
y las medias verdades de las academias de entonces (principios del siglo XX).
Muchos
de nosotros dirá, ah, qué fácil es desatar las heridas de nuestro convulso
pasado acobijado por la sombra del mandón andino, facilito. Escucho el coro
burlesco que aún lo tilda como el “Bacenilla Lanz”. Idea verosímil y aceptable.
Sin embargo, no quiero pensar en él ahora como el positivista capital que fue.
Al contrario, quiero sustraer la médula maliciosa de esa dermis pasional que puso
a la luz en su obra. Esa piel al rojo vivo, sanguinoliente y humeante; quiero
quedarme con el hueso de las fuerzas destructivas que seguimos teniendo entre
nosotros…
Yo
llevo esas fuerzas aniquilantes, y por más que quiera deslastrarme mediante la
cartilla del civilismo y el republicanismo (como lo llamen) más descubro ante
mí eso que temo: soy un animal político que no respeta el orden, que procura la
contesta y que nunca está satisfecho ni con la representatividad democrática ni
con el socialismo dogmático de estos últimos años. Estoy solo en esta página y
Vallenilla Lanz lo sabe; para colmo, se ríe y me lanza el humo en la cara.
Quiero
citarlo, si el fantasma burlón me lo permite: “La historia, como la vida, es
muy compleja. No la historia inspirada en el criterio simplista que sólo ve en
nuestra gran revolución la guerra contra España y la creación de la
nacionalidad, sino la que profundiza en las entrañas de aquella espantosa lucha
social: estudia la psicología de nuestras masas populares y analiza todo el
conjunto de deseos vagos, de anhelos imprecisos, de impulsos igualitarios, de
confusas reivindicaciones económicas, que constituyen toda la trama de la
evolución social y política de Venezuela”.
Si
algo se mantiene vigente de Vallenilla Lanz es el iracundo movimiento de
nuestro pueblo en sus fibras más inflamables que a la postre nos sigue
lastimando ya en un nuevo milenio. No somos el pueblo domesticado contra las
dictaduras; no somos el pueblo rendido ante las ráfagas del capital extranjero;
tampoco somos el colectivo sano, apacible, que reposa ante la repartición del
rentismo petrolero. Somos el pueblo feroz que se sigue mordiendo la cola con la
banderita de turno…
Debo
decir: claro que somos igualitarios; y si eso nos hizo emanciparnos hace dos
siglos, aún hoy no nos ha valido para nada. Por debajo de ese “pesimismo” (y
que me disculpe mi adorado Augusto Mijares), se asoma el fantasma de
Vallenilla. Nos dice, no sin antes quitarse los anteojos luceferinos: “No somos
más que un instinto rodeado de signos razonables pero nunca detenibles”. Es la
verdad: entre la emoción cuartenaria y el pulso de la razón, el animal miedoso
de sí mismo.
CAM
2014