La Rayuela caraqueña
Hoy comprendí del todo por qué uno de
mis amigos denominó de “rayuela” a la tasca de mala muerte que queda en el
boulevard Panteón, en pleno centro de Caracas. Desconozco la razón de mi
tardanza. Lo que importa es que hoy, quizás por el alivio de haber cerrado la Memorias 27, hallé el espíritu
excéntrico de aquel sitio aguardentoso. Puedo decir, a quema ropa y con
certeza, que es excéntrico; pero si digo “surrealista”, tal vez doy con más
exactitud, no sé si estética o filosóficamente hablando.
El sitio, para
empezar, es atendido por unos asiáticos; que, indistintamente, viene siendo para
nosotros, los inquebrantables chinos
(¿No es acaso una marca comercial actualmente?) Hoy me di cuenta, al tomarme
unas cervezas, que los mismos dueños son los que atienden; y, lo que más me
resulta sobrecogedor, es la naturaleza de sus rostros. Hay en ellos una
ancianidad prematura; no lo digo por sus cabelleras grisáceas y sus
pronunciadas calvicies; más bien por cierta parsimonia al caminar, por los
quejidos y los escupitajos que lanzan detrás de la barra, como queriendo
sacarse una tristeza del alma. Además de eso han adoptado cierto malandreo o
“malicia” que solo lo da el paisaje caraqueño. Pues, ¿cómo sobrevivir a tanto
borracho en esta ciudad?
No puede faltar,
para más detalles, el olor nauseabundo del local. Parece que desde cuando el
sitio fue comprado por la gerencia “china”, el establecimiento no ha sido
limpiado nunca; por ciertos detalles y letreros adosados a las mohosas paredes,
aquella taguara fue en otro tiempo una tasca gallega. Sin duda, de otro tiempo
es el fogonazo putrefacto, sazonado mayormente con orines de sujetos errantes y
otros no tantos, o de toda la fauna de borrachos y putas melancólicas de los
sitios circundantes. Al fondo, gaveras de cervezas en hileras enormes; y la
barra repleta de sujetos empinando sus birras con un gusto envidiable.
Lo más
surrealista de todo, y no deja de emocionarme, es la música de fondo. Si algo
identifica a la tasca en cuestión –por lo que he investigado– es el gusto por
la salsa, el bolero, el son montuno. La banda sonora de hoy martes fue dedicada
al gran Eddie Palmieri. Y no parece extraño que en el aquel club de bebedores donde
uno va a relajarse, o quizás a deslastrarse de la tirria citadina, las mesas
retumben por los percusionistas amateurs. Una identidad heterogénea,
recapitulo; una imagen curiosa de un sitio oscuro, pero al mismo tiempo, puente
del sabor furtivo y nostálgico. Un abismo donde los más extraños seres pueden
aparecer.
CAM, 2012