"Sussudio". Phil Collins. No Jacket Required. (1985)


Iniciemos este ensayo con esta imagen: un viaje familiar a Maracaibo en el año 1987 en el recién comprado auto de papá, un Fairlane 500, marca Ford. En la preparación de las maletas horas antes, recuerdo estar examinando algunos discos de vinil y bailando algunas canciones pegajosas en la sala. En la emoción de la partida, de ese agarra tu bolso, Alfredito, que nos vamos, por favor, mira que el viaje es largo, mi memoria reproduciría aquellas canciones a mi antojo furtivamente durante el largo el viaje. Años después comprendí que lo que bailaba con alegría en aquella época eran los hits de Michael Jackson, Lionel Richie y Phil Collins, artistas que mi padre seguía copiosamente en su afán musical. El boom de la música pop de los 80’.

Quedémonos por ahora con el último: Phil Collins (1951), compositor, vocalista, baterista y actor británico, integrante de la agrupación Génesis. Uno de sus discos reposa todavía en la casa. El polvo le da cierto aire de nostalgia, y siento que viajo otra vez a Maracaibo de ida y vuelta. En la carátula frontal se observa el rostro suspendido de Collins, iluminado solo por una luz rojiza; todo detalle secundario queda sumergido en la profunda oscuridad. Sin embargo, en ese encuadre hay un poder silencioso; y ese poder se traduce en la conjunción de una fuerza sideral a punto de estallar: una tensión gravitatoria inevitable. En efecto, en el primer track encontramos el Bing Bang rítmico de su disco No Jacket Required: Sussudio; y quizás ilustra, para la mayoría de mi generación, la cultura musical con la que crecimos.



Escuchar la contundencia de ese golpeteo nítido que abre el comienzo de esta canción podría resumirnos una de las características principales del pop de mediados de los 80’: la utilización de las máquinas, los samplers, los sintetizadores y afines. Esa robotización rítmica es capaz de darnos un gancho y sumirnos en la fiebre del baile. Esa melodía responde a una elaboración bien orquestada; en ella encontramos una atracción festiva, enérgica, donde las manos y las caderas se mueven sin cesar: el cuadro del gran hit, esto es, el éxtasis del Mercado. El mismo nombre del tema es parte de este fenómeno; un galimatías pegadizo y alocado. Sussudio: ocurrencia en medio del fervor creativo entre la Máquina y Collins.

“Allí está esta chica que estuvo en mi mente todo el tiempo / ¡Su sussudio! / Ahora, ella ni siquiera sabe mi nombre / ¡Su sussudio! / Pero creo que le gusto igual / ¡Su sussudio! / Oh, si ella me llama estaré allí / No podría ir a ningún lado / Ella es todo lo que necesito en toda mi vida / Me siento tan bien, si solo dijera la palabra”, dice la primera estrofa. El monólogo emotivo que pulsa entre suposiciones, certezas, deseos e ilusiones. Mientras la ve a la distancia, mientras el corazón late desenfrenadamente, el chico se da un golpe en el pecho y esa palabra, “sussudio”, viene siendo el argumento poderoso para vivir. Sigue el ingenuo monólogo en la segunda estrofa, escoltado elegantemente por las trompetas que saltan de derecha a izquierda, dándole aún más fuerza a la confesión del enamorado. Nosotros, parándonos de la sillas, elevamos las manos y marcamos ese tic-tac, tic-tac, tic-tac expansivo: “Ahora sé que soy muy joven, mi amor recien empieza / Oh, dame una oportunidad, mándame una señal /Oh, solo deseo tenerla ahora / He debido acercarme, pero no sé cómo / Ella me pone nervioso y me asusto / Pero me siento tan bien, si solo dijera la palabra”.


Luego que pasa la frontera del tercer minuto, la canción se transforma en un alud mortífero: el Bing Bang del que hablábamos antes. El coro enfático se entonará una y otra vez: “Vamos, vamos, sussudio, todos digan la palabra”. Con un paso hacia delante y otro hacia atrás, bailamos esa angustia; otros brincan, otros se abrazan, otros se besan. Con cada palmada, se perfila el “¡atrévete!”, “¡inténtalo!”: el fondo existencial de Sussudio. El baile alocado del valor; la ilusión y la felicidad. Es el amor juvenil que va y viene. El frío nervioso que nos consume frente a la chica deseada. ¿Qué otra cosa mejor para exorcisar el miedo que el baile, la danza? Es hora de gritarla: “¡Sussudio, oh, oh, oh, oh!”.

CAM, 2010

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