"Do the evolution". Pearl Jam. Yield (1998)


Tal vez no se haya escuchado en el rock de los últimos tiempos un tema tan monstruoso como Do the Evolution, de Pearl Jam. Desde que se entra en sus predios y hasta su culminación -si es que su potencia nos deja ponerle fin- en el minuto 3:52, en esta canción se erige como un canto animal no apto para cardíacos. Y es que el que canta no es humano; esa voz no es una voz común y corriente, sino más bien un rugido, un alarido fulminante que nos transplanta al terreno del terror, hacia ese lado de nuestra existencia que no deseamos ver; la tapamos en nuestro afán de alejarnos, contradictoriamente, de su estallido letal.

Sin embargo, el rugido desea que veamos aquello, que respiremos esa realidad no tan lejana. “Voy a la cabeza/ Soy un hombre/ Soy el primer mamífero en usar pantalones/ Estoy en paz con mi lujuria/ Puedo matar porque en Dios yo creo/ Es la evolución, nena”, va cortando la primera estrofa. La distorsión mortecina va acompañando en un compás continuo al monstruo cavernícola; al fondo, la avasallante percusión que nos hace vibrar hasta los tímpanos del miedo. Desde el minuto 1:06 al 1:57 el aire se hace sólido y el agua se hace magma: un alarido fantasmal serpentea en un constante subir y bajar. Provoca esconderse de esa piedra mortal que dice, una y otra vez sin descanso en el coro: “¡Haz la evolución, nena! ¡Haz la evolución, nena!”, como si nos restregara en la cara esta verdad: o te unes a mí o serás eliminado en la cadena alimenticia darwiniana.


“Soy un ladrón / Soy un mentiroso / Esta es mi Iglesia/ Canto en el coro: Aleluya, Aleluya”, dice la tercera estrofa del profético rugido. Y de lleno, para continuar en la incesante tortura, se nos lanza la cuarta (2:19): “Admírame / Admira mi casa/ Admira a mis hijos/ Admira a mis clones/ El apetito por las cosas oscuras/ Estos indios ignorantes no tienen nada de mí, nada”. A la altura del minuto 2:51 todo se convierte en una ola de fuego, gracias a esa saliva inflamable, ese “uhhhhhrrachhhhhh” monosilábico que se pierde en nuestras entrañas, como salido de la garganta de Frankeistein. No hay cielo ni salvación. No hay manera de escapar a la evolución maldita. De manera que hacer la evolución es hacer la anarquía, día tras día, se quiera o no: ella te posee. Aquí viene el final apocalíptico (3:03): “Voy a la cabeza / Soy un avanzado / Soy el primer mamífero en hacer planes/ Merodeé la tierra, pero ahora soy alto/ 2010 obsérvalo quemarse/ Haz la evolución, nena, Haz la evolución, nena”. Y te atrapa.


CAM, 2007.

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