Dostoievski : el orgullo y la culpa


¿Es que yo maté a la vieja? ¡Yo me maté a mí mismo, y no maté a la vieja! ¡Allí, de una vez, me maté para siempre!
Rodion R. Raskolnikov


Siempre me he preguntado frente al cuadro de Arturo Michelena –Carlota hacia el caldaso, 1889- qué debió sentir la joven Carlota Corday frente a la irrefutable guillotina. La mirada de Carlota, declarada culpable del asesinato del revolucionario francés Jean Paul Marat no sólo sostiene el cuadro del maestro venezolano, sino también expresa acaso una de las posturas más impresionantes del ser humano ante la muerte registradas en lienzo. ¿Será posible acaso comprender, a través de aquello ojos azules, cómo lucha su psique frente el orgullo y la culpa? O en otros términos: ¿no nos ilustran los ardores de la conciencia frente a los dictámenes de la moral social?

La obra de Fiódor Dostoievski (1821-1881) nos ilustra, quizá como ninguna otra en la literatura universal, la pulsación del “yo” ante el bien y el mal. En Crimen y Castigo, una de sus obras cumbres, el maestro ruso nos presenta a través de Rodion Raskolnikov qué tan profunda y no menos complicada pueden ser estos predios. Me llamó poderosamente la atención la cartografía magistral que Dostoievski hace del asesinato y la culpa, del dolor y la enfermedad, del castigo y el perdón, de la redención y del amor. Me detengo, por encima de todo, en dos tópicos: los límites del orgullo y el peso de la culpa frente a los lazos de la moral, tal como la profesaba el autor de El jugador en términos cristianos.


“Lo que se llama es esencialmente la conciencia de la superioridad frente al que debe obedecer”, apunta Nietzsche en Más allá del bien y el mal. Esta frase del filósofo alemán nos fotografía el orgullo espiritual del personaje central de Crimen y Castigo: Raskolnikov. Exuniversitario de 23 años de edad, hijo de Pulqueria Raskolnikova y hermano de la Abdocia Romanovna, Rodion destaca por su soberbia; las difíciles condiciones económicas en la que se encuentra tanto él como su familia lo hunde en la depresión en un cuchitril a las afueras de San Petersburgo. Se le ocurrirá una salida: asesinar a una vieja usurera, robar sus bienes, y sacar de esta forma tanto a su familia como a todos los pobres de la miseria; una salida solidificada en su propia teoría: matar para hacer el bien, por conquistar la justicia. La arrogancia sostendrá la psique de Raskolnikov hasta límites insuperables. Su soberbia tratará de enmascarar su macabro delito; en el fondo, confía que su crimen será asimilado como parte del bien. He allí su argumento: la voluntad de poder, la fuerza del “yo” frente al “colectivo”. Dostoievski y Nietzsche unidos en el reflejo tenebroso de la moralidad occidental: la sombra de Raskolnikov y de Zaratustra.


Cito aquí un pasaje para comprender la forma como entra, al final de la obra, la opresión en manos de la culpa; veamos: “¿Vivir para existir? Pero mil veces ya antes había estado él dispuesto a dar su vida por una idea, por una ilusión, hasta por un ensueño. La simple existencia, siempre había significado poca cosa para él; siempre anhelo más. Acaso por la sola fuerza de su deseo hubo de sentirse entonces un hombre al que le estaba permitido más que a los demás”. Así nos ilustra Dostoievski la naturaleza moral del joven asesino; el motor que lo mueve: la verdad solitaria que intenta por abrirse nuevos caminos en la realidad. Tarde o temprano, la infracción mortal en los hombros de Raskolnikov –que en ruso significa “Escisión”- hará que se desgarre, sufriendo mortificaciones inclementes. La ruptura estrepitosa de su teoría, lo llevará a vivir su “pecado”, luego de confesar por sí mismo sus actos y ser llevado al presidio a la recóndita Siberia. “Yo también quería el bien de la gente, y habría hecho cien, mil acciones buenas a cambio de esa sola estupidez, que no fue siquiera estupidez, sino sencillamente, torpeza, ya que todas esas ideas no son jamás tan necias como luego parecen cuando se malogran”, puntualiza en medio de su crisis el protagonista.

Del orgullo a la culpa, como vemos, existe una parábola moral; en ella vemos al hombre occidental combatiendo por asumir su individualidad como propulsor principal de la realidad: el ego queriendo romper con todo a su paso, o en una imagen, Zaratustra en su ascenso a la montaña desacralizada. Crimen y Castigo aporta ese debate trascendental: los límites de la ley, el dilema espiritual del pecado, la virtud del “yo” como creador de formas... El drama de Raskolnikov supone, en definitiva, no sólo una de las tragedias más emblemáticas para comprender los cimientos psicológicos del sujeto, sino que representa la revisión de los patrones sociales e históricos de la humanidad.


CAM, 2010.

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