Gustavo Cerati: Ahi vamos. 2006


Escrito en diciembre del 2006
Por momentos dudé de Ahí vamos. A las primeras de cambio, me sonaba a algo desconocido, distinto. Me esperaba otra cosa… o más de los mismo: parodógico, me doy cuenta. Pero luego de la duda, el ritmo dio con el sentido adecuado. Enfrentándome al nuevo disco recién destapado, sin ninguna idea previa y sin haber escuchado ningún sencillo en la radio, supe que tenía que esperar, darle tiempo. Estaba siendo víctima de una jugada preparada, lo sentía. Un desafío en su más cruda expresión. Tanto era el desencanto inicial que reí. Y aquella risa fue el preámbulo de una lección, de otra lección que Gustavo Cerati me impartía. Riendo, así no más, conseguí la clave. Riendo sarcásticamente, desafiando el reto que creo haber aprobado. Al contrario de lo que muchos seguidores de la música de este gran músico argentino, yo desconfié porque esperaba la ruta iniciada con sus discos anteriores, rodeados por el eclecticismo ritmico: guitarras etéreas, bases electrónicas, estribillos ardientes, al estilo clásico de un Amor Amarillo o de un Siempre es Hoy. Y caí en un error enorme, lo confieso; olvidaba por completo que en Gustavo Cerati todo disco es, en definitiva, una joya única, pieza irrepetible, misteriosa, fluctuante. Comprendí luego que no debía esperar nada de Ahí vamos. Debía esperar lo que fuese: una pieza artística fulminante, una imagen que buscase su propio peso y forma. ¿Y qué esperaban los demás seguidores de este ex-Soda Stereo? Esperaban una vuelta nostálgica hacia el trío autor de Un misil en mi placard. Vuelta a un culto que nunca cesará de latir, sabemos. Proyectar como sea a Soda Stereo en la figura de Cerati, forzando a que establezca una suerte de renacer milagroso, es jugar a una parábola sin pie ni cabeza. Complacencia forzada, pues. No debemos comparar: debemos contemplar el ritmo como si fuese el primero y el último. Dejemos a Ahí vamos seguir siendo; nos invita a comprender el sentido compositivo de uno de los mejores músicos latinoamericanos del momento. Mientras, yo sigo riendo, ya pasada la prueba. Escuchemos a Cerati como un río eterno que pasa…

1. Gustavo Cerati vuelve a sorprendernos: Ahí vamos.

“Quiero ser lo que te hace más feliz/, a mi
gusta verte así/ como el fin de este viaje/
Préndeme/ Sácate!/Llévame a un lugar
sin parlantes”.

La excepción

A más de dos años separado de las estanterías musicales, el músico argentino Gustavo Cerati regresa por la puerta grande. Ahí vamos, su más reciente trabajo musical está dando mucho de qué hablar. Se dice que ha regresado a sus orígenes, a aquel trío que revolucionó el rock latinoamericano con sus afinadas letras y sus rockeras estridencias: Soda Stereo.

En una primera observación no cabe duda de eso; sin embargo, yo añadiría que ese regreso no sólo se debe a esa nostálgica idea a la que la gran mayoría de sus seguidores apuestan. Ahí vamos no propone, a nuestro entender, una segunda vuelta del trío Cerati-Bossio-Alberti. Suponer que este trabajo ceratiano es el primer paso a una reunión es algo incierto, improbable. Desconocen que el espíritu de este compositor se recrea en la experimentación rítmica, que sus composiciones pueden girar de formas y desconocer rutas fáciles. “Me equivoque o no, no me gusta repetirme”, confiesa el artista en una amplia entrevista realizada por el periodista Adrián Moujan.

Revisando la crítica que se la hecho a Ahí vamos, se revela una intención reivindicativa de Cerati. Al parecer –y no concuerdo con estos pareceres para nada sinceros- que este disco responde a la mala acogida por parte del público de sus anteriores discos: Bocanada (1999) y Siempre es hoy (2002). Las llamadas incursiones con “lo electrónico”, el coqueteo con las bases de trip-hop, con el blues, el accid jazz, con el funk y hasta con el ritmo callejero por excelencia, el hip-hop, –recordemos el excelente tema Altar, del Siempre es hoy-, han obligado, según la crítica “especializada” a Cerati dar un vuelco sustancial. Nada más falso. ¡Qué fácil decirlo! Me atrevo afirmar que tales reproches provienen de los radicales seguidores de Soda Stereo: reproche ridículo y mal infundado. Soy seguidor de Soda, uno que respeta y aprecia a los autores de Té para tres y la Ciudad de la furia; pero a veces tanta ceguera nos aleja de conocer la imagen y sentido del músico. “Más bien yo diría –dice uno de los “afamados conocedores”- que es el intento más noble de Cerati de volver a sus orígenes, esos que olvidó cuando comenzó a depender de las máquinas”. Se hace patente aquí una crítica mal sana, limitada y hasta grosera con el artista. Siguiendo la línea de esta crítica, afirmaríamos que más que a criticar al músico en sí, se machaca la imagen pasada de Cerati que hacía saltar al público con Soda Stereo. ¿No sabrá fijado este “erudito conocedor” que Cerati es un músico que se deja llevar por la intuición del ritmo, por el llamado íntimo del ritmo que brota del silencio?

“Cuando me separé de Soda Stereo, lo primero que buscaba era diferenciarme hasta sonoramente. Pero, además, era todo un esfuerzo de mi parte porque yo era el compositor”, dice el músico. “Necesitaba marcar como una diferencia exploratoria, sonora, lírica”, culmina. Como apuntamos en un trabajo anterior titulado Gustavo Cerati y el ritmo inagotable, Siempre es hoy (2002), son para él una base experimentativa irrefutable; amante de bandas como The Beatles, David Bowie, Led Zeppelín y Queen desde pequeño consigue en ellos un ejemplo de experimentación importantísima, de vitalidad indiscutible. Es parte de su estilo el cambio rítmico, ese cambio que sabe tratar y plasmar con mucha originalidad y sinceridad. Lo ha hecho desde sus inicios con Amor Amarillo, luego Bocanada y Siempre es hoy. Y lo vuelve hacer y demostrar con Ahí vamos. “No me molesta si es que quieren seguir esperando (risas)”, responde el músico cuando se le pregunta por la posible reunión de la legendaria banda. “Espero darles algo de comer que les sirva, porque si no va a ser muy difícil”, termina. Cuando se le pregunta si ha regresado con este disco al rock, el músico suelta una frase reveladora: “Jamás dejé el rock, yo no me fui a ningún lado”.

Resulta fácil decir que este trabajo es una vuelta a un pasado que vivió y que resuena en su espíritu: el rock desenfadado, directo y desafiante. Él mismo lo dice: “Hay una actitud más reconciliatoria con algunos aspectos de mi pasado musical”. Y lo celebramos porque nos demuestra que puede dar con el rock que por muchos años hizo; celebramos esta vuelta porque renueva otra vez su discurso sonoro y nos eleva a otras zonas musicales. “Lo evidente es que en los discos anteriores tuve una cuestión sonora más relacionada con la electrónica. Había en esos discos más eclecticismo. La diferencia que yo veo es que este disco es más roquero, más guitarrero y, posiblemente, menos disipado en cuanto a las vertientes; va más al punto, tiene como un sonido vector que viene por el lado de la guitarra”. Allí se levantan temas nuevos que tanto gustan, como Al fin sucede, La excepción, Dios nos libre y Bomba de tiempo: temas donde la guitarra toma, al igual en todo el disco, su papel principal.

2. La guitarra ceratiana se adueña de Ahí vamos.

“Esta tarde de sol me puse a mirar/ tu
postal bajo un haz de luz, radiante luz/
Una frase duró hasta el anochecer/
recordarte es un hermoso lugar”.

Otra piel

Ahí vamos nos trae una contunde propuesta: las seis cuerdas resonarán a través de los 56 minutos del disco, sin pausas pronunciadas, en un zigzag radiante como salido de un garage rock and rollero. La guitarra será un hilo electrizante que guiará el ritmo durante las trece canciones, desde Al fin sucede hasta Jugo de luna. Esfuerzo notable se nos revela aquí porque Gustavo Cerati armaría una superbanda en la propia grabación del disco. La intención era causar estridencia, visceralidad; buscar cierta contundencia rítmica no experimentada en sus anteriores trabajos con hincapié. Aquí entraría en acción el equipo de músicos conjugados en Buenos Aires, durante dos meses, en el estudio propiedad de Cerati, Unísono. “Compuse todo en seis o siete meses y lo tocamos todo en vivo; la mayoría de los temas la hice como dirigiendo la banda, como hacía con Soda. Voy como dirigiendo armónica y melódicamente, zapando, inventando... así fuimos creando los demos.

Cerati convocaría a sus antiguos compañeros Richard Coleman (guitarrista) y Fernando Samalea (batería) integrantes junto con él de Fricción, banda formada por ellos en 1985 paralela a Soda Stereo. También formarían parte del plantel los músicos Fernando Nale (bajo), Leandro Fresco y Flavio Etcheto (teclados y sintetizadores), Bolsa González y Pedro Mozcuzza (baterías). Richard Coleman se mostró ampliamente contento con esta participación; además le ha dado a Cerati más libertad y respaldo de soltar más su guitarra. Por su parte, la gerencia de producción estuvo a cargo de Tweety Gonzalez –que en algunos temas del disco ejecuta el piano- junto a Cerati. Héctor Castillo, uno de los ingenieros de mezcla más afamados de Latinoamérica –ha trabajado con David Bowie, Lou Red, Sussanne Vega y Howie Weinberg- no escapó al equipo que diseñaría el Ahí vamos; Castillo, compartió sus impresiones en Rockadencia, programa radial conducido por Fernando Sex y El Chacal en 92.9 fm. “Trabajar con Cerati fue una experiencia cool. No tuvimos rollo en la compenetración. Rapidamente supimos por donde quería ir y yo lo apoyaba al instante, dando ideas. Fueron jornadas de grabación intensas pero frescas, porque había feeling entre todos los músicos”, comentó el mezclador venezolano.

Armada la banda, situados en rededor al estudio, esta convocatoria traería sus frutos inmediatos: disco de platino en los primeros ocho días de lanzamiento. El efecto ha sido claro; la ejecución de los temas esta bien compuesta; la trama de sus letras relacionadas con el amor y sus deslices, bien plasmadas. La redondez de su forma no podía ser más perfecta. Dibuja una trayectoria homogenea, sin desfaces agudos. Cada tema lleva al otro sin aspavientos. La guitarra ceratiana anuncia su recorrido desde Al fin sucede – riffs desgarrados y batería brillante- y se termina, en una perfecta ejecución, en Jugo de luna.

En esta última se cierra la redondez descrita del disco; Jugo de luna, un tema de cuatro minutos, no cierra este circulo por mera casualidad. Creemos que cierra un ciclo y al mismo tiempo abre otro, que por cierto ya nos suena conocido: un tema que nos señala la vuelta hacia lo inmanente de su discurso, a lo intuitivo… Un final que ha sido bien planeado: cerrar y abrir una búsqueda perfecta, entre guitarras afiladas, batería potente, coros llamativos – Paula Zotaliz- y un bajo grave que envuelve todo de principio a fin. El final nos declara algo incontestable, una frase sencilla, y se pierde en la espesura, despidiéndose: Ahí vamos!

3. Consideraciones finales del Ahí Vamos.


Considerando por su mismo autor como un trabajo musical directo, con letras que van al grano, y con un sonido clásico por lo que sus guitarras proponen, el Ahí Vamos –al igual que en sus discos anteriores- se sostiene en una estupenda originalidad rítmica. Rondando en lo que se refiere al amor humano como principal motor de las líneas, los 13 temas responden por sí mismas, tienen personalidad y han sido ubicadas estratégicamente. Se revela un orden sonoro que va desde altas revoluciones, pasando por temas sensibles y de baja intensidad, hasta terminar en un punto perfectamente equilibrado. Cerati supo dar sentido a los trece temas y colocó al final un laberinto para perderse en interrogaciones y nuevas búsquedas. Así tenemos un claro bloque de temas de fuerte base rockera –al más clásico estilo de Canción Animal- donde están, en orden correlativo, las siguientes: Al fin sucede (1), La excepción (2), Uno entre 1000 (3), Caravana (4), Dios nos libre (8) y Bomba de tiempo (11). El otro bloque comanda la segunda mitad del disco, una extensión donde del rock desafiante se pasa a melodías introspectivas: Adiós (5), Me quedo aquí (6), Lago en el cielo (7), Otra vez (9), y Crimen (12). Sólo dos temas no encajan dentro de estos grandes grupos; son un par de temas que, interpretando su ubicación en el antepenúltimo y último track, deja mucho que pensar. Llegamos, en primera instancia, a Médium (10), tema de una envergadura magistral donde se exponen atmósferas inimaginables; y en segunda, se nos revela Jugo de Luna (13), tema que propone el eminente equilibrio ceratiano: la verdadera joya junto con Médium –a nuestro parecer- del Ahí vamos.

Al fin sucede, impone la fuerza desde el inicio. Su lugar responde a un fin: dejar la insignia portentosa del disco y por sobre todo de la aguerrida de la guitarra. El aullido rockero abre el telón en el decimosegundo segundo del tema, iracundo. “Estoy un poco harto de entrar en tus juegos de mente/ Otra nube gris se aproxima/ y yo sé que tanto le temes/ que al fin le temes”, es la primera estrofa. Resalta los riffs agudos y la afilada batería a partir del 1:54. Lo que viene luego es un hilar consecutivo del estribillo “Tanto le temes que al fin sucede”, hasta que toma, ya al final, una parsimonia tensa…

Con La excepción se abre un capítulo insurgente. ¿No se nota en esas guitarras conducidas por Cerati y Coleman un desafío descabellado? Desde el inicio se nos aproxima una demoledora guitarra y con él una letra clara: “Quiero ser lo que te hace más feliz/ A mí me gusta verte así/ como el fin de este viaje –oigan los latigazos que poco a poco se asoma en medio de las tres frases que continúan- /Préndeme/ Sácate/ Llévame a un lugar con parlantes”. Tema para saltar y mover la cabeza bajo su estridencia. Desde el 2:30 la ejecución de la banda es excelente: la batería se mantiene arriba, el bajo impenitente sacando la casta y las duras guitarras con unos riffs inagotables. “Ya rompí las reglas”, dice el final apoteósico.

Sin duda que Dios nos libre lidera el disco en cuanto a ritmos rápidos y ejecuciones de altas revoluciones se refiere. Diría que éste track es el que contiene más fuerza, más contundencia: el mejor de esta gama de canciones del disco. El comienzo es una alegoría a The Ramones, como salido de un oscuro garage; y la primera estrofa no podía ser más elocuente: “Cuando me llegue la oportunidad/ Buscaré la forma de hacerte saber/ mis deseos oscuridad, oscuridad/ eso es lo que pienso desde ayer”. Sientan esa distorsión acentuada por un fuego colérico a partir del minuto 1:48. Luego de que el estribillo rece “Dios nos libre de rogar por más”, viene un solo eufórico, acentuado a partir del grito enérgico de Cerati (2:53). El final es avasallante, semejante a un final grunge, sin disculpas, sin sospechas…

Llegamos a Bomba de tiempo: una pieza fenomenal que nos hace vibrar durante cinco minutos. Aquí cada instrumento posee un peso específico, agregado a una estructura electrónica ajustada que da aún más brillo al track: sintes, laptos y efectos vocales EFX. No hay que perderle la pista al bajo: tendrá una sobresaliente ejecución hasta el último segundo. Qué decir de la batería… Acompañará a la guitarra en sus hilos viscerales. “Esta es una bomba de tiempo nena,/ y nadie sabe como detenerla, como detenerla/ y ahora que los buitres sobrevuelan/ Nuestro cuerpo es como un niño que se tensa”. Se nos viene un final de película (3:47): sólo el vigor del bajo sobrevive sobre un revoloteo semejante a una voz que intenta desvanecerse. Pero en el 4:15 el bajo emerge desde las profundidades y con ese “trágame tierra”, la voz ceratiana se pierde en un grito nunca antes registrado. ¡Cuidado que explota!

Abre el abanico de los temas melódicos de baja intensidad el tema Adiós. Tema repleto de reflexiones, experimenta en su letra un mensaje esperanzador, acompañado, eso sí, de una buena ejecución de la guitarra en toda su recurrido. “Es un tema con un sentido evolutivo”, confiesa el propio músico, refiriéndose a lo amoroso. Resuena mucho el estribillo anunciado a la altura del 0:47: “Pones canciones tristes para sentirte mejor/ Tu esencia es más visible,/ del mismo dolor/ vendrá un nuevo amanecer/ Uhhh”. Y del 2:10 las seis cuerdas hacen estragos, dibujando una silueta bellísima: “Separarse de la especie/ por algo superior no es soberbia, es amor/ No es soberbia, es amor/ poder decir adiós es crecer”.

Le sigue Me quedo aquí: un tema corto pero con una hermosa letra y una limpia ejecución de sus instrumentos. Va desde la sutileza hasta niveles agudos al final. Hay que seguirle la pista a la letra: “Espera/ No te enojes esta vez/ Lo vi venir/ Como siempre la reacción/ es tan lenta como mi voz/ arrasando con la razón/ el tsunami llegó hasta aquí/ lo vi venir”. Pero la segunda estrofa (1:47) es toda una joya –oigan como va subiendo la estructura rítmica al fondo-: “La tinta no secó/ y en palabras dije muchas cosas/ pero en mi corazón todavía queda/ tanto por decir/ tanto por decir/ tanto por decir/ No me voy…/ Me quedo aquí”. Compacta la imagen de la confesión, de ese “me quedo aquí”, y que se nos lanza un final sorprendente.



Y cuado se habla de la perfección, se nos presente ante nosotros el tema Otra piel: uno de los mejores del disco. Veamos el inicio: la batería impone un nítido golpeteo, junto con unos toques sencillos de guitarras ascendentes y descendentes. Luego aparece el bajo junto con unos aditivos rítmicos gracias al sintetizador. “Esta tarde de sol me puse a mirar/ tu postal bajo un haz de luz, radiante luz/ una frase duró hasta el anochecer/ Recordarte es un hermoso lugar/ Amo tu lucidez/ leo tu desnudez / cuando pensás el mar/ así te pienso igual”. Ya en las puertas del final, luego de rezar el estribillo “si el lenguaje es otra piel/ toquémonos más/ con mensajes de deseo”, se nos revela un pasaje bellísimo (3:19): las voces encantadoras por los hijos de Cerati, Benito y Lisa; y por si fuera poco, el suspiro ceratiano en una persecución cadenciosa, fulgurante, pulcra…

Entre Médium y Jugo de Luna se juega el destino de este gran disco. Médium, en este caso, sostenemos que se trata de unos de los mejores temas escritos por el músico argentino. Médium encarna un ritual con el más allá. Es palpable una tensión desde el principio: latidos, ecos vitales. Médium está lleno de neblina, oscuridad, frialdad; reina en el misterio insondable: se pueden ver sombras de fugaces apariciones. El comienzo se nos presenta como una aparición a lo Kubrick, de otra galaxia, entre áridos sonidos de la guitarra. Ahora revienta la revienta la guitarra abismal (0:36): latigazos que estarán presentes hasta el final. “Pude desaparecer/ Pude decir que no / pero el fin de la pasión/ es que lo oculto se vea/ vine a avisarte/ Chica con ojos de ayer sé que vibras también/ la extraña sensación/ de no pertenecer a este mundo/ como en un trance”. Grave bajo surgido de las llamas, batería que resplandece al otro lado del abismo, acompañan a ese “estoy condenado a errar” que suplica. Sin embargo, el éxtasis emerge a partir del 3:18. Luego de un solo atmosférico, se nos hace patente las abismales cuerdas en el 4:18: “Poseídos por el más allá”. Y el final se pierde entre la nada…

Y para un perfecto final, un tema perfecto: Jugo de luna. Es una vuelta al espíritu ecléctico del músico. Ni rockero ni el house electrónico: en la frontera, en el equilibrio total. Por algo el track está al final, es una conclusión tentativa que proyecta muchísimo la mirada de este gran músico… Lo sorprendente es la fuerza implícita en cada acorde, en cada segundo. Ya el inicio es efervescente: bajo inconmensurable, riff guitarrero que nunca cesa, y el golpeteo nítido de batería. “Alud plateado/ en este cuarto/ No hay gravedad/ Empiezas a temblar”. La voz de Paula Zotalis entona el coro en forma de contrapunteo (1:06): “Jugo de luna me diste / Voy por más”. La sección más potente se nos avecina en el final magistral, 3:24: “Voy por más/ Voy por más…”. Y se despide en ese Ahí vamos que sirve como vuelta perfecta: a la fiesta del ritmo del nunca acabar…



CAM
2006

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