Emil Cioran: la libertad no existe

Emil Cioran (1911-1995) fue enemigo de la verdad. Al leerlo nos convertimos en carnívoros. Prosa irónica y movida por la sospecha, Cioran revela lo pusilánime de nuestra existencia. En realidad, le importa un bledo la vida y la política, los pueblos y el poder. Fernando Savater, que tradujo al castellano sus obras, mantuvo una amistad con el maestro de origen rumano por más de veinte años. La risotada escandalosa, aunado a su demoledora ironía, apunta Savater, es necesaria en un mundo repleto de poses. Cioran lo hizo posible como una roca que estalla en una fina vidriera.
La consistencia de la demolición de lo real: esfuerzo titánico que lo mantuvo absorto toda su vida. Savater escribe este pasaje esclarecedor en el prólogo de Breviario de la podredumbre: “Lo que Cioran dice es lo que todo hombre piensa en un momento de su vida, al menos en uno, cuando reflexiona sobre las Grandes Voces que sustentan y posibilitan su existencia; pero lo que suele ser pasado por alto es que la verosimilitud del discurso de Cioran, el que sea concebible, siquiera momentáneamente, compromete inagotablemente el tejido lingüístico que nos mece. Si tales cosas pueden ser pensadas una vez en la vida, tienen  que ser ciertas: una realidad que se precie no puede sobrevivir a tales apariencias. Basta que puedan ser pensadas, para que sean”.

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A comienzos de los años 60, Cioran deja constancia en Historia y Utopía su pensamiento feroz. En resumidas cuentas: por un lado, Occidente está condenado a morir, al igual que los regímenes soviéticos de Oriente; por el otro, el ser humano sigue estando desamparado ante las necesarias utopías y ante los líderes mesiánicos de cualquiera laya. Atrapados, detenidos, como en el círculo dantesco. Se goza en revelarlo. Los ecos llegan hasta hoy. Explota en nuestra cara. Si le importa un pepino el poder y la historia, goza en poner en evidencia los intrilingues de la política y la cultura. Disfruta el desnudar maliciosamente las finas pieles del saber. Deja en el hueso los discursillos. Ya nada es igual ante su mirada. Guglielmo Ferrero escribió en 1945 que la libertad era, por naturaleza, débil y fugaz. Autor de su célebre Poder, los genios invisibles de la ciudad (1942), el historiador italiano opinaba que la legitimidad del régimen democrático cada vez era puesto en duda por la elipsis dibujada en la tradición histórica: la libertad produce miedo y nada ni nadie puede borrar esta constante primigenia del poder.

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¿La libertad como construcción social? ¿El miedo como fuerza disociadora? Veamos cómo resuena Cioran y Ferrero, contemporáneos del mismo dilema civilizatorio: “Todavía ahora,  de  nada  me  vale  exclamar  «formas  parte  de  una  sociedad  de  hombres  libres»;  el orgullo  que  siento  viene  acompañado  siempre  por  un  sentimiento  de  espanto  y  de inanidad,  producto  de  mi  terrible  certeza.  En  el  correr  del  tiempo,  la  libertad  apenas  si ocupa  más  instantes  que  el  éxtasis  en  la  vida  de  un  místico.  Huye  de  nosotros  en  el momento  mismo  en  que  tratamos  de  aprehenderla  y  formularla:  nadie  puede  gozar  de ella  sin  temblor.  Desesperadamente  mortal,  en  cuanto  se  instaura  postula  su  carencia  de porvenir  y  trabaja,  con  todas  sus  fuerzas  minadas,  en  negarse  y  agonizar.  ¿No  hay  acaso algo  de  perversión  en  nuestro  amor  a  la  libertad?,  ¿no  es  aterrador  dedicar  culto  a  lo  que no  quiere  ni  puede  durar?  Para  usted,  que  no  la  tiene,  la  libertad  lo  es  todo;  para nosotros,  que  la  poseemos,  no  es  más  que  una  ilusión,  porque  sabemos  que  la perderemos  y  que,  de  todas  maneras,  está  hecha  para  ser  perdida.  Por  eso,  en  medio  de nuestro  vacío,  dirigimos  los  ojos  hacia  todas  partes,  sin  descuidar,  no  obstante,  las posibilidades  de  salvación  que  residen  en  nosotros  mismos".



CAM, 2016.


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