El Camus de Hannah Arendt
Desde abril
masticando la obra de Albert Camus. Más cerca de agarrar todos los materiales
sobre él para escribir el doceavo ensayo de Históricas
Pasiones. Listos los fichajes, a tono los últimos datos biográficos, sobre
todo los que van desde 1939 y 1948, época que encierra los textos periodísticos
de Argelia y de la resistencia francesa.
Aún no termina de convencerme la ensoñación del comienzo.
Me refiero con esto a cierta prefiguración de las imágenes, de las oraciones.
Se me ha escondido el tono para el arranque. Ya lo presiento. Está apunto de
revelarse. Camus se insinúa inabarcable. Me pierdo en los clivajes más polémicos.
Es fácil caer en ello. Miedo a no acertar en esos hoyos morales que lo
circundan. Terror de afirmar alguna locura. Conviene decir que siempre habrá un
dato que se me escape; pero es un drama de nunca acabar.
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Hoy encontré
este dato: Hannah Arendt, en 1952, conoció a Camus en una conferencia en París.
“Camus es el intelectual más brillante de Francia actualmente”, le escribiría a
su esposo. Arendt había publicado en New York, un año antes, su libro Los orígenes del totalitarismo; en
aquella ocasión, visitaba la ciudad gala para presentarlo por primera vez. Camus
sobresale de los intelectuales franceses “enceguecidos” por el “hegelinismo
organizacional”, refiere Arendt, dardo malicioso dirigido a Sartre y Beauvoir. Para
1952, Camus ya había prefigurado lo que la alemana sistematizaría en Los Orígenes: la operación del mal en la
aniquilación del ser humano. Había reflexionado, de hecho, sobre qué había
detrás de la legitimación de la muerte (la razón ideológica del nazismo y el
estalinismo) y todo lo que significaba para la Europa que padeció la Segunda
Guerra Mundial (1939-1945).
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La imagen de
Camus apertrechado en algún barrio parisino, en 1940, dirigiendo la edición de Combate. Situarlo como testigo y
pensador. Por un lado, vive el terror de las ideologías apocalípticas; por el
otro, reflexionar sobre los orígenes de tal fenómeno, en términos históricos y
filosóficos. Lanzar el gancho a este argumento: la Revolución de La Bastilla en
1789, la lucha ideológica, la razón revolucionaria, Danton, Robespierre. Aprovechar
esa tradición francesa en un chispazo. “Un hombre al que no puede persuadirse
es un hombre que da miedo”, escribe Camus.
¿Cómo saber si ese es el arranque deseado? La intuición
es vaga. Aquí es ella la que tiene la palabra, no la cantidad de datos que
posea a la mano, ordenados, subrayados. Necesito de un comienzo capaz de
traccionar hacia delante. Buscar los minutos para que se condense. Si lo intuyo
mal se caerá. Siento que Camus me mira, detrás de su máquina de escribir, oteando
las llamas del desastre. Todo se alumbra en un destello redimido.
CCS, martes 28 de junio de 2016.
CAM.