La pesadilla llamada avenida Baralt
Transitar
por la avenida Baralt representa una experiencia terrorífica. Lo complicado es
que para la gran mayoría de los que viven en la parroquia El Paraíso deben
tomar esa ruta. Nunca he estado más de acuerdo con los que opinan que está zona
de Caracas es un hueco incomunicado. Sería mas justo decir que es un sector mal
planificado y, por tanto, congestionado.
La Baralt comunica el Centro-Norte de la ciudad con el
Suroeste, es decir, con El Paraíso, Puente Hierro, Las Fuentes, La Vega, Montalbán,
Antímano, Caricuao, Las Adjuntas, entre otras urbanizaciones. La Baralt tiene
en la avenida Páez su pieza gemela: ambas se conectan cruzando el tristemente
célebre rio Guaire (una cloaca que nos une y nos separa). ¿Se imaginó Rafael
María Baralt y José Antonio Páez que alrededor de sus figuras republicanas se
entablara el terror dos siglos después?
Son famosas las colas que se arman a diario, calvario
donde se pierden valiosas horas laborables. Pese a que existe la línea dos del
Metro, mucha gente cruza estas arterias viales para llegar a su casa y a sus
puestos de trabajo. Esto despierta el sentimiento de dependencia del ciudadano
a tomar la Baralt como ruta obligada. La camioneta genera para él una facilidad
de cruzar el Guaire y llegar hasta la otra orilla. De eso se trata: un mal necesario.
Además de eso, personas como yo que no poseen vehículo:
¿cómo podemos sentirnos frente a esa necesidad de llegar a casa sin
"agarrar" la Baralt? Yo me
siento, al igual que muchos, atrapado. Pero no es que sea dramático ni algo
parecido. En cierta forma, la metáfora encarna una realidad: o padeces las
penurias de las colas o te aniquila el hampa. Una ola de ladrones se montan en
los autobuses para robar a plena luz del día. Acciones que ya se han vuelto
cotidianas. El ciudadano se consagra a Dios y a todos los santos. Aún así, las altas probabilidades de
que sufras el horror del robo es exponencial.
Quiero centrarme en el miedo que genera esta realidad
hamponil en el ciudadano. La angustia es realmente paralizante. En mi caso,
padezco de inseguridad. Mi organismo se tensa frente a todo aquel que se sube a
la camioneta. Mis sentidos huelen la jugada del maleante, intentan revelarlo
ante mi para evitarlo, aunque a menudo no resulte favorable (incluso es mucho
más peligroso resistirse). Con todo, me convierto en un observador angustiante
de lo que pasa dentro y fuera del transporte. Mi vida entra en contradicción
con la cierta ligereza "resignada" de la gente. Siempre voy mas
rápido, volteo y remiro todos los rincones antes de bajarme. Esa tensitud
implica un terror abominable. Es aceptar la posibilidad de robo a cada
instante. Hace dos semanas vi como le robaron el teléfono a una señora que
estaba sentada delante de mi. Casi le cortan el cuello. En otras ocasiones
secuestran a los pasajeros en la Páez aprovechando las colas... ¿Es esto la
vida en un Estado que se afana de decir que garantiza la vida del pueblo bajo
los ojos de Chávez y la revolución?
Mucha gente que conozco decide bajar a pie la Baralt y
cruzar el Guaire. Ir a pie es una opción plausible; sin embargo, desde hace
unos siete meses en ambas aceras de esta avenida han venido apareciendo “buhoneros”
de todo tipo. Estos venden objetos usados, aunque la verdad seria decir
robados. Son la mayoría hombres. Tienden sábanas y colocan encima
cualquier objeto para venderlo al mejor postor. Todos sabemos que ese es el cúmulo
para el robo; además, no hay policías de ningún tipo en los alrededores. Bajar
a pie toreando estas personas no es nada agradable. Si se decide hacerlo, hay que actuar rápido y maliciosamente, intentando “camuflajarse” en el paisaje. Si no portas la maldad de la calle, llamas la
atención. Y eso es un pecado. Como vemos, hace mucho tiempo que dejamos de
tomar la Baralt. La realidad es otra: ella nos ha tragado a nosotros.
CAM, 2016.