El festín de la sangre
Cuando hay sangre a la vista, los
cuerpos se sobresaltan. Ese olor gritón,
esa contextura primigenia, quizás sea la sabia más indecorosa que llevamos
dentro. Por indecente, no deja de ser alucinante. La sangre derramada me
resulta efectista, violenta, perturbadora.
Es una sensación primitiva, creo; tal vez porque su color esté
relacionada a las altas pasiones (lo irracional). Estas relaciones
preliminares las advertí ayer en una carnicería que frecuenta mi madre: allí
suele comprar el pollo, la carne, el cochino, etc. Como estamos en época
decembrina, ella recurre con más frecuencia a aquel negocio de un tal sujeto
llamado “El Paisa”. En horas de la tarde bajé con ella a Catia a comprar los
ingredientes duros para las hallacas; y en esa faena, se me reveló esa
impresión gutural que tenemos ante el fluido encarnado.
Al fondo del
establecimiento, el espectáculo del hombre con la carne: una enorme res en
pleno descuartizamiento. Algo llamativo era ver los rostros
sudorosos de los 5 sujetos que con enormes cuchillos mataban ya por infinita
vez a la pobre carne sin nombre. ¿Quién no puede dejar de asociar la muerte y
el asesinato en momentos como ese? Quizás soy dramático; pero, nadie me puede decir
que ante ello nadie se interrumpa. Me pregunto por la naturaleza de la res sin
vida; por los huesos a flor de piel; por la sangre espesa que mana de los
cuchillos. Absurdas inquisiciones, creo. Al final, siempre vuelvo a mi espíritu
conjentural, incluso con la fría idea de preguntar por preguntar, de suponer
por suponer. Sobre todo, por la costumbre de la mayoría de los seres humanos
por la carne animal.
Esas formas de
destazar el ganado, todo un arte, sin duda, soporta miles de años de tradición.
Hay mitos intrínsecos en ella que aún no solemos ver a simple vista. Pienso en
los arquetipos de las ofrendas; porque en algún momento el destazado fue el
propio ser humano. También se me viene a la memoria la vida del llano y las
cruzadas por la independencia, donde la única forma de subsistencia era la
carne rústica de una vaca, un caballo o un becerro. El festín de la sangre
caliente manando por la espesura, la sulfurante leña y el ritmo del arpa, el
cuatro y las maracas. Pienso que la sangre no es un plasma solamente; es
también una historia universal, una sustancia que nos recuerda la muerte
inclemente. La sangre es lo que nadie quiere ver, siendo aún sus deudores.
CAM, 2013