Joaquín Sabina: mala compañía


Una cosa siempre me decía mi madre: “Cuidado con las malas ajuntas, no traen nada bueno, mijo”. Esa advertencia podría resumirse en un miedo cultural muy arraigado en muchos de nosotros. Una coraza moral que separa lo malo y lo bueno. Luego comprendí que las malas ajuntas también son necesarias. Lo malo tiene sustancia: es la otra lectura de la realidad. Quizá lo importante esté en la experiencia, tanto para poder vivirla como para poder, luego de la asimilación a quema ropa, comprender la realidad. Sólo allí nos endurecemos, crecemos.

La poética de Joaquín Sabina puede ser una mala compañía, pero una de esas bien mundana y putera, bien melancólica y clandestina. La compañía adictiva capaz de enseñarte lo oscuro de las tabernas, del golpe en la cara, del amor que no es amor, sino dolor. Sabina es el poeta de la sospecha y el desenfado, pero con un condicionante paradójico: lo maldito pasa a ser lo más valioso para mí, porque es el gancho que me sujeta a la vida que aún me espera.

Cada canción de Sabina es una lección visceralista del mundo; cada imagen, el fuego que desbarata toda verdad. Lo prohibido corre sin prisa, sin atavíos. La soledad lo cubre todo, como el humo a cigarrillo desde el olvidado farol, desde la derrota. La burla, ni hablar: las máscaras caen sin piedad. En fin, Sabina nos invita a la gran fiesta del sufrimiento de la cual nadie puede salvarse. El verso tan oscuro que alumbra; la compañía maldita que a la postre te salvará.

CAM, 2011



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