Sergéi Eisenstein y la lucha contra el silencio…


Para nadie es un secreto que para narrar o contar –en el buen sentido literal del término- es necesario una lucha incesante contra el silencio. Una lucha individual que simula una parábola angustiante y, en la mayoría de los casos, una lucha trágica. Sin embargo, detrás de la tragicidad de este acto humano por excelencia, llega el punto de la exactitud de la palabra, de la imagen, en fin, donde el silencio ha sido sacado de las profundidades de la nada. “Yo escribo estas letras / como el día dibuja sus imágenes / y sopla sobre ellas y no vuelve”, dice Octavio Paz. Y nada más cierto.

Se puede decir que el director de origen ruso Sergéi Eisenstein (1898-1948) vivió gran parte de su vida luchando contra el silencio, en la búsqueda ineluctable de la imagen artística. Una imagen que detentara el significado pleno de su sentido puesta en el celuloide: imagen y palabra, gesto y música, todas unidas en una amalgama perfecta. Y obtener esto era ganar la batalla contra el atroz silencio. En una de sus más aclamadas películas, Ivan el Terrible, estrenada en 1945 en su primera parte, Eisenstein hace patente este esfuerzo sobre el cual venimos hablando. En Ivan El terrible resplandece algo que para la época era innovador: la narración por medio de imágenes no usando detallados diálogos y secuencias largas, sino más bien dándole al gesto y al encuadre concreto de cada imagen, el sentido sublime de la narración.


Eisenstein, a juzgar por esta gran película, buscaba la máxima expresión de cada encuadre fílmico; de allí su fina belleza, su máximo cuidado artístico y perfeccionista. ¿Cómo explicar mejor la intriga, la conspiración, o la traición si no es por la mirada de reojo o solapada del actor? ¿Cómo explicar mejor la grandeza y el misterio de un ser humano si no es a través del juego de sombras en una pared de limpia pureza? Esto lo comprende Eisenstein, y haciendo realidad su renovador espíritu artístico, capitaliza en la imagen algo que para entonces ningún director de cine practicaba. El silencio era manatiado, y más aún, dejado a un lado por nuevos aportes.

Tan sólo basta disfrutar cada escena –como un cuadro pictórico por separado, bien vale la pena- con la monumentalidad de la música de Prokofiev: ostentación, ceremonia, súbitos e inesperados giros de escenas, movimientos en marcha, en fin, una partitura magistralmente engranada, bien lograda. De esta manera Eisenstein nos ofrece la vida de unos de los personajes más significativos del pueblo ruso, Ivan El Terrible, en una las películas más influyentes del cine moderno y un film que, sin duda, deja constancia irrefutable de la lucha contra la aridez primigenia del silencio.

CAM, 2008

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