La poesía: esa otra máquina

Hay buenas y malas máquinas. Muchos afirman que todo depende de la marca, si el artilugio tiene garantía o si es de segunda mano. Las máquinas son hechas para dañarlas, apartarlas al rincón y decretarlas al olvido. Así es la vida: el hombre crea para matar, fomenta la forma para aniquilarla. Usamos esto solo por un momento; pero ya sabemos que ese armatoste tiene ya su sentencia firmada: su día final. Vendrá otra. Qué más da. 
            Se nos olvida, claro está, que nosotros también somos temporales en esta terredad, como lo dijo Eugenio Montejo. Nos encanta obviar esta gran verdad. La ignoramos groseramente. El ego inflama nuestro poder sobre la naturaleza; y suele acomodarse en el fácil inmediatismo. La máquina soporta nuestras limitaciones; nos impulsa, acaso sin saberlo, a vivir la vida, a palparla, a sufrirla, a proyectarla, a dejar constancia en ella.
            Es una buena máquina, libro donde se reúnen poemas y textos de la periodista y poeta franco-venezolana Miyó Vestrini (1938-1991), viene a enseñarnos que las máquinas se hacen más allá de cualquier fin utilitarista. Faride Mereb (1989), editora, diseñadora, prologuista y compiladora de los textos que componen este hermoso ejemplar (Ediciones Letra Muerta, 2015), tiene el mérito de erradicar aquella visión. Y lo hace con la furia de un objeto que llegó para quedarse.
            Al abrir este libro se despliega ante nosotros un universo palpitante donde la poesía vierte, a quema ropa, las más variadas correspondencias: la vida y la muerte, el desarraigo y el olvido, la rabia y la esperanza, el desespero y la angustia. Sabemos que se trata de un artilugio que tiene movimiento y que al mismo tiempo impacta en nosotros sin ver por ningún lado tuercas y arandelas, balancines y tornos mecánicos. La poesía lo mueve todo. 
            Miyó Vestrini toma vida entre esos punticos negros de la historia recobrada.  Nos ilumina sonriéndonos desde el error. Nos grita las verdades incómodas. Ríe estrepitosamente para despertarnos: “Nadie lo oye / O finge no oírlo / O lo oyó pero no lo entendió / O definitivamente, / no soy”, escribe. ¿Qué máquina nos estremece los huesos hasta tomar conciencia de nuestra irrisoria temporabilidad? 
            Es una buena máquina, en fin, vino para alimentarnos y alimentarse de eso que llevamos en las manos: el deseo de dejar huella en el mundo, apenas una chispa de milagro entre las teclas y el papel.


CAM, 2015.


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