Cortázar: la desfachatez genial



Cuando más avanzo en la lectura de Rayuela me convenzo de que ha llegado a mí en el momento indicado. Algún chispazo que solo lo da el tiempo, ese que separa ciertos elementos quizás de madurez o de simple afecto, qué sé yo, pero tan capaz como para decidir qué libro leer y cuál no. Ese chispazo incomprensible (y al  mismo tiempo tan razonable) que se toma cada universo de iluminarnos o revelarnos la otredad. Lo viví con Pessoa y Nietzsche, con Picón-Salas y Ramos Sucre, con Paz y Borges. Todo tiene su tiempo; todo libro, su universo; todo sueño, su espacio.
En Rayuela han aparecido personajes interesantes. A parte del mítico personaje La Maga (del cual ya tenía referencias mucho antes de leer la novela) y de Horacio Oliveira, lo que más me llama la atención es el aire absurdo de sus contextos, la desesperanza de sus búsquedas, los divinos desvíos narrativos y temporales. Entre París y Montevideo, entre Buenos Aires y Pekín, las historias van entremezclándose en eso que se denomina en unas de sus páginas como "la cosidad metafísica". Digamos, esa voluntad de querer buscarle sentido a los pasos de la vida y hasta de la muerte, pulsión que más sabe de pesimismo que de esperanza.
            Cuando leí La montaña mágica de Thomas Mann supuse que jamás leería otra novela existencialista. Tal vez exageraba un poco. Lo cierto es que Hans Castorp puede ser hermano de Horacio Oliveira. ¿Cómo olvidarme de Luigi Settembrini y Gregorovius Ossip? Los diálogos entre estos personajes buscaban la relativizaciòn de todo. Se podría sacar muchos libros con esas frases: un compendio para armar y desarmar la cultura occidental. Pienso que la intención de Mann fue esa; pero hasta ahora, creo que Cortázar buscó lo mismo pero con extrema locura narrativa, con desfachatez genial.

Diario Literario, 2013
CAM


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