Saramago y la reescritura de la historia


Más allá de los dogmas y mitos, el hombre se ha levantado a tientas desde tiempos inmemoriales. En esa faena, vencidos y vencedores se repelen y se atraen; maquinación interminable lacrada ya sea en pinturas, códices, papiros, cantos, entre tantas otras manifestaciones. Lo que nos queda de ellos son discursos; y, por qué no decirlo, somos versiones en pugna. Pero ahora bien, las sociedades son sometidas a los cambios epocales: ninguna puede escapar de ello. Creo que las rupturas históricas son especialmente un fenómeno humano, no porque tengamos conciencia de ellas, sino porque son necesarias para dar espacio a otras voces.
La “verdad” siempre lleva su contrario; para unos cuantos, esta doble naturaleza de la realidad es, según mi opinión y esquivando cualquier indicio de moralidad, un dictamen ontológico. Hay que pensar, por ejemplo, en la reescritura del pasado; su realización es legítima e inevitable. Inclusive, ella misma logra reacomodar al mundo.  Esta justificación filosófica de la “reescritura” o “refundación”, si podríamos llamarlo así, alimenta con otros matices procesos sociales desconocidos o puestos bajo sordina por los discursos oficiales, provengan de donde provengan.
En la Historia del cerco de Lisboa (1989), José Saramago ilustra el poder que tiene el hombre de subvertir el pasado. Y lo hace de la mano de Raimundo Silva, corrector de una editorial, quien interrogando un manuscrito sobre la toma de Lisboa a manos de los portugueses sobre los moros en el siglo XII, osa de colocar un “No” en los intersticios de aquella obra ajena. A partir de entonces, Silva reconstruye magistralmente de nuevo aquel acontecimiento pilar para el pueblo lusitano. Pesquisa que destrona los pliegues donde se esconden los datos desechados y los rostros invisibilizados por un milenio.
La pulsación más emblemática de esta novela de Saramago: la potencialidad de la ficción para reconstruir el pasado. Nada escapa de la ficción; pero aún así, nos empecinamos en ignorarla desde el “cientificismo”. Ciegos todos; menos Silva y su enamorada, María Sara, quien a través del amor va sumando los sucesos y los capítulos de una historia miles de veces contadas, pero no comprendida. Difícil tarea. Revolucionaria, diría yo. Entre las causas y efectos, se teje de nuevo la memoria. Por eso, cuando se cierra este libro, sabemos tal vez con más exactitud de que no toda historia es “real”; y que, a los ojos de la ficción, salta la diferencia, el riesgo, la voluntad, el vacío. O más poéticamente: los gritos del silencio. 

CAM, 2012


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