Francisco de Goya y el miedo eclesiástico



Creo que nadie ha podido ilustrar con mejor pericia los estragos del miedo en el ser humano como el pintor español Francisco de Goya. Entre 1819 y 1823, ya en el ocaso creativo, pintó catorce murales que a la postre darían forma a las denominadas Pinturas negras. Pese a lo enigmático de sus representaciones, todos parecen coincidir que las pinturas que solían adornar su Quinta del Sordo –ubicada a las afueras de Madrid- patentizan la crisis política-cultural de la España de entonces: el forcejeo brutal entre todo lo que representaba el régimen monárquico, frente al incipiente constitucionalismo liberal ilustrado. Goya destila en las Pinturas, descarnadamente, los miedos del hombre moderno ante la guerra, la enfermedad, la culpa, el dolor y la muerte.



En “El aquelarre” y la “Romería de San Isidro”, por ejemplo, observo algunas cosas que me llaman poderosamente la atención: las facciones grotescas de los sujetos ante un dolor invisible; la soledad de estos ante la muerte inminente; pero por sobre todo, el poder de cierto hechizo sobrenatural que los aterroriza. Con todo, no puedo dejar de asociar lo sobrenatural con lo religioso en estas dos obras citadas. Goya muestra los relieves del ritual y decodifica sus efectos grotescos. Su impresionismo gana terreno doble: por el desparpajo estético que propone; y por la ironía y visceralidad con que expone la fuerza de lo religioso, del pecado y lo prohibido. Al hablar del miedo eclesiástico, las Pinturas pueden ser quizás una de las tantas introducciones estéticas a estos campos de lo humano. Escenas del suplicio que en el proceso de independencia venezolana se repitieron en muchas ocasiones.


CAM, 2012

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