Adele: la radiografía del corazón roto


Escribir desde el dolor. Cantar desde la pérdida. Vivir desde el llanto. Respirar desde lo que pudo ser. La radiografía del rompimiento: el corazón roto. Así podría resumirse el disco 21 de la talentosa cantante londinense Adele. Más allá de los Grammys y de los records en ventas conquistados en todo el mundo, lo llamativo de Adele es cómo resuena su voz en constante tortura. Por masoquista que parezca, el sufrimiento es de humanos. La vida es dolor, dice un proverbio que por negativista no deja de ser cierto. A mí me resulta más sincero el arte desde el dolor que desde la pose, que desde la sonrisa falsa, que de la mueca hipócrita. Porque el dolor supone una ruptura: la transitoriedad a otra cosa que el tiempo solo sabe. Adele, de 23 años de edad, escribe desde esa párcela, siempre en constante movimiento, solitaria y cada vez más blindada contra los afanes de la realidad.

“Cuando escuchas a una persona con el alma desnuda –apunta el reconocido Rick Rubin, productor de su último álbum 21- las resonancias son inevitables”. Resulta verosímil esta descripción. La voz de Adele expresa esa tortura con una naturalidad escalofriante. Sensibilidad plasmada desde los campos sublimes del soul, criada en la Brit School de Londres, y acostumbrada además a las mudanzas y al divorcio emocional (su padre, alcohólico, abandonó el hogar cuando ella contaba tres años de nacida). Es tanta la resonancia que emana de su voz cortante que tuvo que someterse -a mediados del año 2011- a una cirugía de emergencia en Massachussets (EE. UU.) para detener el sangrado de un pólipo benigno de sus cuerdas vocales.

Por ahora, 21 sigue reventando las principales listas tanto de Europa como de América. Interesante me resulta el tercer sencillo extraído de ese disco titulado “Set Fire To The Rain”. Aquí la podemos ver el en extraordinario programa de Jools Holland, vestida –como casi siempre- en un traje negro y peinado a dos aguas, logrando que su rostro angelical muestre cada detalle de lo que padece. En este tema, además, podemos medir los decibeles a los cuales Adele puede llegar. Es tanto el carácter y la sencillez al mismo tiempo, que paraliza hasta los más exigentes críticos. “Pero prendí fuego a la lluvia / observé cómo manaba al yo tocar tu cara / Bueno, las lágrimas me quemaban porque escuché a la lluvia gritar / tu nombre, tu nombre”, dice el coro. El corazón roto que se ahoga estancado en su propio llanto. Manos pálidas que claman por el regreso del aquel que tanto amó. Sin embargo, una fuerza que ensordece la explanada, deseando un borrón y cuenta nueva. Dos ríos que se mueven paralelamente: la inmovilización y el adiós. ¿Qué nos queda del fuego luego de que el oxígeno se agota? La respuesta la tiene Adele; pero es tan sublime que no queremos saberla.

CAM, 2011


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