"Wake up alone". Amy Winehouse. Back to black. (2006)
Todo aquel que escuche la música de Amy Winehouse tiene que superar esta prueba: desentrañar la maraña amarillista que la prensa mundial ha tejido sobre ella. Un reto para nada complicado, si de veras sentimos la buena música. Y es que el sensacionalismo ha hecho de ella un “monstruo” que rompe todos los cánones éticos de la conservadora cultura occidental. La farándula vende la imagen de Winehouse como un objeto circense; las masas, adictas a sus titulares y a las imágenes burlescas, siguen con desparpajo sus líneas editoriales. No saben, pues, que nada puede desequilibrar a Winehouse más que ella misma. Ya lo diría Kurt Cobain: “Todos se ríen de mi porque soy diferente, yo me rió de todos ellos porque son iguales”. Winehouse diría lo mismo.
Ser diferente para Winehouse es pendular entre lo prohibido y el deseo: las drogas, el alcohol, la anorexia, la bulimia, la pelea, el sexo. Lo admirable de esta caracterización problemática es saberse genial, iconoclasta. Esta conciencia genuina hace de Winehouse una fortaleza que se mueve entre dos aguas: la del amor y la del odio. Pero lo que nos interesa a nosotros, simples y llanos espectadores, es cómo troca toda esa agresividad depresiva en una verdadera obra musical capaz de reanimar toda una tradición rítmica, que pasa por el jazz y el ska, por el blues y el soul. Esa operación que oxigena históricamente el panorama de la música estrictamente negra, es uno de los aportes más impresionantes de Winehouse; en el espejo de Winehouse, vemos a Billie Holiday, Nina Simone, Sarah Vaughan.
Una palabra podría definir el Back to black, su laureado disco del 2006: pasión. La pasión pasa en ella por los caminos del erotismo y del frenesí. Su voz, considerada por muchos como uno de los contraltos más espectaculares de los últimos tiempos, es la punta de lanza de todo un ser que nació para amar locamente, incluso hasta los límites de la autodestrucción. Su voz tiene además ese poderío que al extraño evoca voces del pasado: torrente negro. Esa revalorización del imaginario rítmico negro conlleva de igual manera una comprensión sentimental de sus conjuntos, de sus contornos. La pasión de Winehouse es fuego que evoca a las décadas del 30, 40 y 50 del siglo XX. Reto que muy pocos pueden asumir con tanta naturalidad.
Wake up alone es un capítulo que ilustra el sentido pasional de Winehouse. Es el drama del ser que ama y que sufre ante el íncubo; es la desesperación del amor insastifecho por culpa de la ausencia. El compás del piano y los acordes de la guitarra asoman la primera estrofa de la adolorida, luego de lanzar al aire un “te amo” con nombre y apellido: “Está bien durante el día / mientras me mantengo ocupada / lo suficientemente atada para no tener que preguntarme dónde está él / Tan cansada de llorar / así me he vuelto últimamente / cuando me doy cuenta hago un giro de 180 grados / y me mantengo ocupada limpiando la casa, / por lo menos mientras tanto no estoy bebiendo / doy vueltas para no tener que pensar en él / que el sentido silencioso de satisfacción que todos tenemos, simplemente desaparece cuando el sol se pone”.
Aquellas manos en el escenario se manejan bajo un ritual erótico bien definido. Desde la postura del micrófono, hasta la caída de su larga cabellera que resaltan sus senos; sin hablar de cómo muestra cada tatuaje que cubren sus brazos y manos. La pasión andante sigue con la segunda estrofa: “Su cara en mis sueños / revolviéndome las entrañas / él me llena de pavor / empapada hasta el alma / él nada en mis ojos, junto a la cama me vierto sobre él”. Inmediatamente, se nos viene la frase que como puñal atenta contra la vida de Amy, no sin antes tocarse sus labios sus dedos ardientes: “La luna derramándose / Y me despierto sola”.
La dinámica erótica se torna más evidente a la altura del 2:10. Allí, el íncubo representado por el metálico micrófono, dibuja la cópula sedienta. Manos y boca pronuncian el nombre; mientras que el cinturón negro contiene el deseo infernal que procura la desnudez. Sus ojos, como planetas a la distancia, miran entre la oscuridad del escenario; el auditorio mudo observa igual que nosotros, el erotismo en su parte final: “Se preocupa mi corazón / Preferiría no dormir / El segundo que paro me alcanza el sueño y me quedo sin aliento…/ Este dolor es mi pecho / Ahora mi día está terminado / La oscuridad me cubre y no puedo correr”. Atrapada, Winehouse lucha por no despertarse y satisfacer su deseo. Pero el sueño también conlleva dolor y la realidad también; ambos polos se juntan en un solo escenario confesional. Como barajita, la artista se vislumbra dominada por impulsos frenéticos. Y pronto viene la luz. Y se despierta entre las sábanas; soledad y dolor, juntos en una canción.
CAM, 2011