"Gerundio". Los Amigos Invisibles. The Venezuelan Zinga Son, Vol.1 (2003)


Decir que la música es para muchos de nosotros un estado del alma, resulta verosímil. El ritmo se acopla a nuestra sombra humoral; sin embargo, tal comunión tiene sus limitantes. Muchas veces ese acoplamiento no se da fácilmente. Nuestro ánimo, en medio de la ventisca, podría solicitarnos el ritmo que se le antoje: él tiene la última palabra. De allí que hay momentos para escuchar un buen rock and roll, otros una buena descarga salsosa, otros un jam exquisito de blues, y para usted de contar…

Eso me pasa con Los Amigos Invisibles, excelentísima banda venezolana premiada con el Grammy (2009), que desde hace dos décadas viene haciendo una música caribeña que mezcla distintos géneros (acid jazz, funk, dance, house, groove, rock and roll), generando mas de cinco discos con una calidad y genialidad sin precedentes no sólo en Venezuela, sino en toda Latinoamérica. Son esporádicas las ocasiones en la que mi ánimo me solicita disfrutar del ritmo pachangoso de esta banda; y cuando lo hago, confieso, entro en una dimensión agradable: “la gozadera”, utilizando su propia categoría filosófica.

La gozadera pudiera resumirse un “Gerundio”, una de las canciones que componen The Venezuela Zinga Son Vol 1 trabajo publicado en el 2003. Dentro de las distintas representaciones de este disco, Gerundio resulta una especie de dimensión alterna, que a la primera escucha, nos envuelve en el credo de la rumba y su espíritu, en su geografía y demás pliegues; visión resumida que perfila lo que esta banda venezolana tanto nos ofrece, esto es, la estancia de la fiesta. Es el baile coital en presente: el gerundio de un verbo que participa directamente del rumbón y sus contornos.


La clave, la tumbadora, los platillos, el riff de guitarra, el bajo y el atmosférico timbre del teclado le dejan chance a la primera estrofa del credo en el 1:15 minuto: “Mirando, sonriendo, pensando, deseando, queriendo, temblando, tripeando, no hablando, amando, tocando, besando, abrazando, vibrando, apretando, no estamos soñando”. Cada acción promete una imagen provocadora. Al final esa negación no es gratuita; pues, el placer, es real y tangible. El gerundio doblemente se afirma en la oscuridad…

Lo que se nos viene en el 2:20 minuto es algo admirable. De pronto, el himno pachangoso -un merengue suave que se asemeja a Billos Caracas Boy’s- armonizado por la clave y la tumbadora, se transforma en una explosión frenética, llevada por la batería principalmente. Es un salto radical. A partir de allí la aritmética del deseo sexual se despliega sin tapujos. Veamos: “Abriendo, quitando, bajando, sacando, rompiendo, lanzando, mirando, admirando, besando, temblando, sudando, sintiendo, tocando, volando, los ojos cerrando”.

Por si fuera poco, la tumbadora empieza a tomar una participación brutal el 3:50. Entre besos y alcohol, se viene el juego erótico sin censura. Con cada golpe de la conga, cae una prenda sudorosa. La silueta de dos cuerpos uniéndose se dibuja en las sábanas. El minuto final no es otra cosa que el coito y la eyaculación abismal. Pues, y si lo escuchamos bien, ese “soñando” se transforma subliminalmente en un “follando”. Una propuesta que toca, que sueña, que baila; pero que también tiembla, folla, y vuela al final de la fiesta.


CAM, 2010.

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